Las ventajas y los peligros de las narrativas victimistas

El punto principal de este texto es alertar sobre las consecuencias políticas negativas de aferrarse a una narrativa victimista.

La narrativa setentista: las víctimas de la última dictadura como mártires

La izquierda argentina ha adherido a una narrativa bastante peligrosa, donde a cualquier víctima de la última dictadura (1976-1983) se le ha llamado "compañero" o "compañera", y por lo tanto se le ha juzgado distinto que a cualquier otra parte de la población.

Esta narrativa izquierdista adopta un meme que está presente en la cultura argentina y quizás en otras. Me refiero a la idea de que las víctimas de ciertos crímenes aberrantes(1) tienen un status moral superior al resto de la población, y por lo tanto hay que elogiarles continuamente, alabarles como santos por sus actos decentes, admirarles como mentes brillantes por decir algo sensato, y tratarles con mano de seda o mirar para otro lado si se equivocan, si hacen o dicen estupideces, e incluso si cometen faltas y crímenes.

Este es un doble estándar que ha creado importantes problemas. Pero en un momento tuvo ventajas. 

Las ventajas de la narrativa setentista para la izquierda

Por décadas la izquierda y los organismos de derechos humanos sostuvieron en soledad la bandera de memoria, verdad y justicia por los crímenes cometidos por la dictadura. La mayor parte de la sociedad se dividía entre la indiferente, la partidaria de la teoría de los dos demonios, y la minoría que directamente reivindicaba a la dictadura porque "hacía falta orden" o porque había que "salvar a la patria del comunismo".

En ese contexto hostil, una narrativa que trataba a las víctimas de la dictadura como mártires tuvo sus beneficios. Ponía a los críticos de las víctimas y de sus organizaciones en un pantano moral. Les obligaba a defender a torturadores, violadores y asesinos de gente ya detenida e indefensa. O les ponía en el lugar ignorante de creer que hubo una guerra civil sin considerar la gran diferencia de escala entre una fuerza que disponía de un Estado y otra fuerza que no(2).

A veces la denuncia de los atrocidades cometidas por la dictadura y sus grupos de tareas iba más allá de lo que era justo: también se utilizaba maquiavélicamente para evitar la crítica política sobre la política de las organizaciones de los 70. La descripción gráfica de las torturas era necesaria para evaluar el horror del terrorismo de Estado y consolidar el Nunca más, pero había quienes instrumentaban eso con una doble agenda. El terrible sufrimiento de las víctimas las escudaba a ellas y a sus organizaciones de la crítica política. Examinar críticamente las ideas y las prácticas de los actores políticos que después fueron víctimas de la represión se consideró insensible e inmoral. Si lo hacías desde la izquierda, te podían tratar de traidor y, para callarte, asociarte con la derecha o con los mismos genocidas(3).

La adhesión a esta narrativa se pagaría caro a partir del año 2003, cuando asumió como presidente el peronista Néstor Kirchner. Fabulándose como setentista antineoliberal y defensor de los derechos humanos (cuando nunca lo fue como militante ni como gobernador menemista), logró capitalizar esta narrativa, creó un contexto para que se agilizaran los juicios contra los genocidas, y comenzó un proceso de cooptación de organismos de derechos humanos y de varias porciones de la izquierda. Estos sectores consideraban que por primera vez un gobierno nacional asumía sus banderas como propias.

La explotación del setentismo por el peronismo kirchnerista

Como consecuencia de adherirse a esta narrativa, la izquierda argentina quedó en desventaja para explicar y posicionarse con independencia de clase en varias ocasiones en que las víctimas de la dictadura se convirtieron en agentes del capitalismo argentino. Desde Bonafini y Carlotto prostituyendo los DDHH asociándola a un solo partido político (el peronismo) hasta hijos de desaparecidos convertidos en funcionarios del peronismo como Cabandié, Donda y De Pedro...

El peronismo kirchnerista explotó hábilmente la narrativa que la izquierda argentina había desarrollado y perfeccionado. Con la cooptación de los organismos de DDHH insignia, se creó una grieta dentro de la izquierda y las organizaciones populares entre los que se convirtieron en oficialistas y quienes permanecieron independientes. Incluso en quienes permanecieron independientes había desacuerdos fuertes sobre la táctica a adoptar.  Si hacer entrismo o no, si apoyo crítico u oposición abierta. En cualquier caso la izquierda en general quedó desarmada para combatir y denunciar al gobierno, ya que para pegarle al kirchnerismo tenían que pegarle también a los "compañeros" y "compañeras" que creían que ese gobierno era su gobierno. El garrote que habían utilizado por tanto tiempo para construir su consenso ahora era usado contra ellos para marginarles.

El grueso de la izquierda "nacional y popular", stalinista y guevarista se subordinó directamente al kirchnerismo o apostó por el entrismo. La izquierda troskista fue la única que quedó más independiente, pero pagó un precio. Por años habían llevado como propias las banderas y consignas de las organizaciones de derechos humanos, y ahora criticaban al gobierno que las organizaciones insignia defendían. A cada crítica que la izquierda hacía sobre el gobierno K, se le respondía con la chicana "se piensan que las Madres y Abuelas son unas boludas". La escoria peronista, que en décadas anteriores era partidaria de la amnistía a los genocidas y se refería a las Madres y Abuelas como "viejas de mierda", ahora se daba el lujo de gritarle al troskismo "Madres de la Plaza/el pueblo las abraza" para gozarlo, hacerlo avergonzar y hacerlo callar. 

La izquierda independiente estaba dividida en cómo lidiar con el kirchnerismo y esto fue altamente destructivo. Según una parte importante de la izquierda independiente, el troskismo tenía que moderarse aún más en su crítica del kirchnerismo, e incluso dedicarse a hacer "apoyo crítico" o al menos "reconocer lo bueno". Estos izquierdistas también tenían una crítica muy dura del kirchnerismo que reveleban al hablar en confianza entre izquierdistas. Pero al mismo tiempo tenían una gran reverencia por las organizaciones históricas de derechos humanos. Por ello mantenían una duplicidad muy acentuada con lo que decían en público y lo que decían en privado. En privado, el kirchnerismo era el enemigo. En público, había que denunciarlo a medias (al menos hasta que las organizaciones de derechos humanos rompieran con él). Esto ocasionó que cuando el troskismo era atacado de manera macartista como "zurdos gorilas funcionales a la derecha" estos izquierdistas no se solidarizaran e incluso acordaran con la acusación.

En resumen: la izquierda argentina creó y sostuvo por décadas una narrativa victimista sobre los 70, que incluso le servía en su lucha política contra el peronismo. Pero cuando el peronismo mutó en el 2003, se apropió de la narrativa setentista y la usó contra esa misma izquierda para cooptarla, desarmarla y aislarla políticamente.

Otros ejemplos de narrativas victimistas

El progresismo posmoderno ha hecho carrera generando narrativas victimistas para las mujeres, la gente "de color", y los pueblos indígenas/colonizados(4). También ha convertido el análisis de las distintas opresiones y de su solapamiento en un método para generar un "opresómetro" que fragmenta y opone las diferentes luchas sociales en vez de estimular su convergencia. Este victimismo perjudica bastante más de lo que ayuda a todas las causas que infecta(5). 

Cuando el progresismo es criticado por este victimismo, responde acusando a quien critica de estar a favor de la opresión. Cuando gente de colectivos no protegidos por el progresismo son víctimas de alguna injusticia y se quejan, el progresismo les acusa de victimizarse.

Gran parte de la izquierda y del feminismo se han disparado en el pie al adherir a esta narrativa victimista, contra la que recién ahora están empezando a reaccionar. Pero todavía son minoría los izquierdistas y las feministas que critican abiertamente al victimismo progre con su hipocresía y sus injusticias. Hoy quienes más están realizando esa crítica son los centristas por un lado (preocupados por el tribalismo) y la derecha reaccionaria por el otro (porque son la competencia).

La hipocresía del victimismo progre y las injusticias causadas por él generan resentimiento. Un resentimiento que está siendo capitalizado por la reacción. Por lo tanto, el progresismo está fortaleciendo a la reacción. La izquierda, en tanto no se despegue del progresismo, también.

Conclusión I: el doble filo de las narrativas victimistas

Las narrativas victimistas generan una inercia que quizás en algún momento te beneficia, pero cuando la situación cambia se convierten en un lastre y luego en un arma usada en tu contra.

Cuando estamos poseídos por narrativas, tendemos a ignorar o minimizar a los hechos que las contradicen, o directamente distorsionarlos para que encajen en ella. Cada vez que hacemos eso somos menos capaces de evaluar la realidad objetivamente.

La crítica a las narrativas victimistas, y la conciencia sobre las narrativas en general, es importante para evitar estos callejones sin salida. Y es importante que esta crítica no sea monopolizada por la derecha, por el centro, ni por la izquierda marxista-leninista.

La distinción entre responsabilidad y culpa es clave para combatir al victimismo sin apoyar las narrativas que culpan a las víctimas. Culpar a la víctima es un comportamiento cruel y estúpido, primero porque es todo lo contrario a la solidaridad con quien fue victimizado y segundo porque vos o alguien que te importa puede ser la víctima mañana. Ahora, pasar al otro extremo y poner a la víctima en un lugar de completa falta de responsabilidad es promover una mentalidad narcisista, donde todo el mundo está en deuda con cualquiera que haya sido víctima de algo, y ese alguien no tiene que hacer ninguna autocrítica ni responsabilizarse por nada nunca más en su vida.

Conclusión II: la alternativa al victimismo es la emancipación

La perspectiva emancipatoria denuncia el sufrimiento del sujeto oprimido sin quitarle su lugar de agencia. La perspectiva emancipatoria no sólo apoya la lucha por justicia para las víctimas particulares, sino la transformación de la sociedad para que esa injusticia no vuelva a ocurrir. La perspectiva emancipatoria no despoja al sujeto oprimido de su responsabilidad, y además examina qué está haciendo ese sujeto para reproducir su situación de opresión, para que así deje de hacerlo.

Una advertencia para quienes decidan adherir a la perspectiva emancipatoria: van a ganarse el odio de la reacción y del progresismo al mismo tiempo. Porque tanto la reacción como el progresismo están en el negocio de cambiar las relaciones de poder entre los grupos pero conservando la estructura social. La emancipación implica desmantelar esa estructura social y para ello es necesario una construcción política donde la humanidad común es más importante que la identidad grupal.

Notas

(1) Esos crímenes aberrantes pueden ser, según la sensibilidad, terrorismo de Estado, inseguridad, abuso sexual, trata de personas. En este caso, hablamos del terrorismo de Estado.

(2) El Estado argentino tenía todos los recursos para eliminar a las organizaciones armadas dentro del orden constitucional, como lo hizo Italia con las Brigadas Rojas. Si necesitó del terrorismo de Estado fue porque su blanco no eran solo las organizaciones armadas, sino principalmente el movimiento obrero, el estudiantil, y una generación de intelectuales. Para más detalle ir aquí.

(3) Tenemos que hablar más del doble estándar de una izquierda que se embanderó con los derechos humanos mientras defendía -y defiende- regímenes que también han cometido crímenes de lesa humanidad

(4) Lo irónico y perverso es que estas narrativas muchas veces son generadas y reproducidas por una élite académica relativamente privilegiada, más que por los mismos colectivos en cuyo nombre se habla. Así se generan situaciones ridículas del fenómeno woke, donde una gente se ofende en nombre de otra y donde la solidaridad efectiva es reemplazada por la ostentación narcisista de "miren qué progre que soy".

(5) Acá un análisis de la influencia negativa del progresismo en el feminismo argentino y acá un análisis sobre el papel del victimismo en el feminismo en general.

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