Los próximos 10.000 millones de años

The Next Ten Billion Years es un texto del autor John Michael Greer. En este ejercicio de imaginación sobre el futuro de nuestra especie -y más allá- el autor se desvía tanto del típico imaginario apocalíptico como de la variedad de imaginarios tecno-utopistas que están en boga. Su futuro es uno mucho más coherente con lo que hoy sabemos de la vida.

Los siguientes párrafos pueden ser condenados como pesimistas. Yo creo que son vitalistas. No apto para los creyentes en la religión civil del Progreso.

Les dejo con John.

Dentro de diez años

Los negocios continúan como de costumbre; la población humana alcanza un máximo de 8.500 millones de personas. La producción de combustibles líquidos se mantiene más o menos en el mismo nivel, pero a costa de consumir una fracción cada vez mayor de la producción total de energía del mundo. Otra de sus consecuencias es que los desastres relacionados con el clima aumenten año a año. Las cosas están cada vez peor, pero los políticos y los medios de comunicación insisten en que muy pronto vendrán tiempos mejores. Entre los que reconocen que algo anda mal, hay un punto de vista ampliamente aceptado que sostiene que la fusión nuclear, la inteligencia artificial y la migración interestelar van a resolver todos nuestros problemas en un corto plazo y, por lo tanto, no tenemos que cambiar la forma en que vivimos. Otro punto de vista, igualmente popular, insiste en que la raza humana se extinguirá en una o dos décadas y, por lo tanto, no tenemos que cambiar la forma en que vivimos. La mayoría de la gente acepta una u otra afirmación. La última oportunidad de un cambio sistémico significativo se desvanece silenciosamente.

Dentro de cien años

Ha sido un siglo difícil. Después de más de una docena de grandes guerras, tres pandemias, hambrunas generalizadas y el derrumbe de la salud pública y del orden civil en todo el mundo, la población humana se ha reducido a 3 mil millones y sigue cayendo. El nivel del mar ha subido diez metros y continúa subiendo rápidamente a medida que se desintegran los casquetes polares de Groenlandia y la Antártida Occidental. La producción de combustibles fósiles se detuvo hace décadas cuando se agotaron las últimas reservas económicamente viables, y la mayoría de las alternativas propuestas resultaron ser inasequibles en ausencia del tipo de energía barata, abundante y altamente concentrada que solo los combustibles fósiles pueden proporcionar. Los tecno-optimistas aún insisten en que la fusión nuclear, la inteligencia artificial y la migración interestelar nos salvarán en cualquier momento. Otros aún insisten en que la extinción humana es inminente. Pero la mayoría de las personas están demasiado ocupadas tratando de sobrevivir para escuchar a cualquiera de los dos grupos.

Dentro de mil años

La Tierra ya no tiene casquetes polares ni glaciares, cosa que no pasaba desde hace unos veinte millones de años. El nivel del mar ha subido más de cien metros en todo el planeta. Gran parte del mundo tiene un clima tropical, como lo tenía hace 50 millones de años. La población humana es de unas 100 millones de personas. Más de la mitad de esa gente se encuentra al final de una amarga edad oscura. Solo unos pocos académicos tienen idea de lo que alguna vez significaron las palabras "fusión nuclear", "inteligencia artificial" y "migración interestelar". Aunque todavía hay personas que insisten en que el fin del mundo llegará en cualquier momento, sus argumentos se basan cada vez más abiertamente en teología. Están surgiendo nuevas civilizaciones en varios rincones del mundo, combinando tecnologías heredadas con sus propias formas culturales. Lo único que todas tienen en común es la creencia de que la sociedad tecnológica del milenio anterior es el mal encarnado.

Dentro de diez mil años

El calentamiento global detuvo a la circulación termohalina e impulsó un evento anóxico oceánico, el proceso normal de retroalimentación negativa del planeta cuando los niveles de dióxido de carbono se salen de control. La civilización industrial de hoy es un vago recuerdo del pasado olvidado, tan distante de este tiempo como la Revolución Neolítica lo es del nuestro. Los creyentes en la mayoría de las religiones tradicionales declaran piadosamente que los cambios climáticos de los últimos diez milenios son el resultado del mal comportamiento humano, mientras que los racionalistas insisten en que eso es una superstición y que los cambios climáticos tienen causas perfectamente naturales. A medida que los océanos anóxicos extraen carbono de la biosfera y lo entierran en los sedimentos del fondo del mar, el clima comienza a enfriarse gradualmente. Este proceso ayuda a empujar a la sexta civilización global de la humanidad a su declive terminal.

Dentro de cien mil años

A medida que el evento anóxico oceánico termina su trabajo, los niveles de dióxido de carbono caen por debajo de los niveles preindustriales. La circulación termohalina se reinicia, desencadenando otra ronda de cambios climáticos. La 79ª civilización global de la humanidad florece y comienza su lento declive, a medida que las interrupciones provocadas por una era industrial olvidada hace mucho tiempo son ahogadas por un ciclo climático más antiguo. Los eruditos de esa civilización están entusiasmados con las nociones de fusión nuclear, inteligencia artificial y migración interestelar; no tienen idea de que soñamos los mismos sueños antes que ellos, estando más lejos en nuestro futuro que los Neandertales en nuestro pasado. No tendrán mayor suerte alcanzando esos sueños que nosotros.

Dentro de un millón de años

La Tierra está pasando por una glaciación. Enormes capas de hielo cubren gran parte del hemisferio norte y se extienden desde las cadenas montañosas de todo el mundo. El nivel del mar es 150 metros más bajo que el actual. Para las personas que viven en este momento, que nunca han conocido nada más, esto parece perfectamente normal. Los metales se han convertido en especímenes geológicos raros. Durante milenios, la mayoría de las sociedades humanas han utilizado en su lugar compuestos renovables de cerámica y bioplásticos. La mera existencia de los combustibles fósiles se ha olvidado hace mucho tiempo. La 664ª civilización humana mundial está en su apogeo, levantando ciudades aerostáticas en los cielos y construyendo grandes ciudades flotantes en los mares. Su largo atardecer llegará a su fin después de decenas de generaciones y, cuando caiga, otras civilizaciones se levantarán en su lugar.

Dentro de diez millones de años

La larga época glacial que comenzó en el Pleistoceno finalmente ha terminado, y la Tierra está volviendo a su estado más habitual: un planeta selvático lleno de vapor. Este último conjunto de cambios termina siendo demasiado para la humanidad. No menos de 8.639 civilizaciones globales han surgido y caído en los últimos diez millones de años. Cada una con sus propias ciencias, tecnologías, artes, literaturas, filosofías y formas de pensar sobre el cosmos; la de vida más corta duró menos de un siglo antes de hacerse añicos, mientras que la más longeva duró ocho milenios antes de apagarse.

Todo eso ha llegado a su fin. Todavía hay poblaciones relictas de seres humanos en la Antártida y en algunas cadenas de islas, y pasará otro millón de años antes de que los cambios climáticos y ecológicos en cascada finalmente empujen a los últimos humanos al borde de la extinción. Mientras tanto, en los bosques tropicales de lo que ahora es el sur de Siberia, los descendientes de los mapaches que cruzaron el puente terrestre de Bering durante la última gran edad de hielo están proliferando rápidamente, expandiéndose en nichos ecológicos antes ocupados por los primates más grandes. En otros treinta millones de años, sus descendientes bajarán de los árboles.

Dentro de cien millones de años

Los retro-cohetes se activan y se quedan en silencio mientras la desgarbada nave se asienta en la superficie de la Luna. Después de algunas verificaciones finales, se abre la escotilla y dos figuras descienden a la superficie lunar. Son bípedos, pero ni remotamente humanos: pertenecen a la tercera especie inteligente de la Tierra. Son descendientes lejanos de los cuervos, aunque no se parecen más a los cuervos de nuestros tiempos de lo que tú te pareces a las musarañas de los árboles del Cretácico medio. Como tienes una laringe en lugar de una siringe, ni siquiera puedes comenzar a pronunciar cómo se llaman a sí mismos, así que los llamaremos corvinos.

La segunda especie inteligente de la Tierra, a quienes llamaremos cyones por sus ancestros mapaches, se extinguió hace mucho tiempo. Duraron un poco más de ocho millones de años antes de que los cambios de un planeta inestable los enviaran por el largo camino de la extinción. Nunca se metieron tan profundamente en la tecnología, aunque sus instituciones políticas fueron mucho más sofisticadas que sus equivalentes humanas.

Pero los corvinos son otra cosa. Algún giro de la psicología heredada les dejó con una pasión por las alturas y el movimiento ascendente. Elaboraron los principios básicos del globo aerostático antes de inventar la rueda. En su literatura épica más antigua los globos, los planeadores y las alas deltas desempeñan los mismos papeles que los caballos y los carros desempeñan en la nuestra.

A medida que las sociedades corvinas desarrollaron tecnologías más complejas, observaban a la Luna desde sus ciudades-torres. Todo lo que se necesitaba para hacer realidad esos sueños era petróleo, y cien millones de años es tiempo más que suficiente para que la Tierra reponga sus reservas de petróleo, especialmente si ese período comienza con un evento anóxico oceánico que almacena gigatoneladas de carbono en los sedimentos marinos. Por lo tanto, era inevitable que, tarde o temprano, la más poderosa de las grandes asambleas de parientes corvinos dedicaran sus talentos y riquezas a la tarea de llegar a la Luna.

Sin embargo, el universo tiene una sorpresa reservada para los corvinos. Su primer alunizaje incluía entre sus objetivos la investigación de algunas características extrañas de la superficie, demasiado pequeñas para ser vistas en detalle desde la Tierra. Aquel primer módulo se posó sobre una planicie lunar que, hace mucho tiempo, se llamó el Mar de la Tranquilidad. Y así fue como los atónitos astronautas corvinos se encontraron frente a los inconfundibles restos de una nave espacial que había llegado a la Luna en un pasado inimaginablemente lejano.

Unas pocas huellas equívocas enterradas en los sedimentos terrestres ya habían sugerido a los eruditos corvinos que otra especie inteligente podría haber vivido en la Tierra antes que ellos, aunque la mayoría descartó la teoría como una especulación descabellada. Los restos dispersos en la Luna confirmaron la teoría, e hicieron difícil que incluso los corvinos más optimistas aceptaran la idea de que alguna providencia garantizaba la supervivencia de las especies inteligentes. Las curiosas marcas encontradas en algunos restos, que algunos maestros del conocimiento sugirieron que podrían ser un modo de comunicación visual, resistieron todos los intentos de desciframiento. Muy poco se supo con certeza sobre la enigmática especie antigua que dejó su marca en la Luna.

Aun así, la severa advertencia encarnada en esas naves espaciales antiguas jugó un papel importante en convencer a las sociedades corvinas de controlar el uso extravagante del petróleo y otros recursos no renovables. Aunque también inspiró los enormemente costosos -y en última instancia inútiles- intentos de migración interestelar. Por alguna razón, los corvinos nunca se involucraron en la búsqueda de la fusión nuclear o la inteligencia artificial. Sin embargo, de una forma u otra, los corvinos resultaron ser la especie inteligente más longeva de la Tierra, y pasaron más de 28 millones de años antes de que su día finalmente llegase.

Dentro de mil millones de años

La Tierra es antigua y en su mayor parte desértica. Una fracción importante de su corteza total está formada por restos de civilizaciones pasadas. El calor del Sol aumenta a medida que éste avanza a través de su propia evolución estelar. Debido a la continua fuga de compuestos orgánicos volátiles desde la atmósfera superior hacia el espacio, los mares se han reducido a cuencas dispersas y saladas en medio de grandes páramos arenosos. La vegetación florece solamente cerca de los polos norte y sur, y con ella los corbículos, la undécima y última especie inteligente de la Tierra. Sus antepasados ​​en nuestro tiempo son una especie invasora de almeja de agua dulce. (No te rías; hace mil millones de años tus antepasados ​​todavía estaban tratando de resolver los detalles de la pluricelularidad).

Los corbículos tienen la misma estructura de extremidades altamente práctica que el resto de su subfilo: seis pedículos rechonchos para caminar, dos tentáculos dorsales musculosos para manipulaciones gruesas y dos tentáculos bucales delgados junto a la boca para manipulaciones finas. Pasan la mayor parte de su tiempo en extensos complejos urbanos subterráneos, aventurándose a la superficie para cosechar vegetación y así alimentar los jardines fúngicos subterráneos que les proporcionan alimento. Por alguna combinación de suerte y una amplia tendencia general hacia la cefalización común a muchos linajes evolutivos, la última especie inteligente de la Tierra es también la más dotada intelectualmente. A las crías que acaban de salir de la guardería se les dan pequeños y divertidos problemas de lógica como el último teorema de Fermat. Una gran mayoría de los corbículos adultos están involucrados en uno u otro campo del esfuerzo intelectual. Al ser pacientes, longevos y poco adictos a las estupideces colectivas, han llegado muy lejos.

Hace unos ocho mil años, un círculo de jóvenes pensadores radicales se propuso elaborar todas las leyes físicas del cosmos a partir de los primeros principios. Una sugerencia tan inédita suscitó innumerables debates, publicaciones, bailes ceremoniales y duelos profesionales en los que ancianos eruditos se suicidaban para arrojar un insoportable oprobio sobre sus rivales. Aún así, era un desafío intelectual demasiado delicioso para dejarlo sin respuesta, y el trabajo ha continuado desde entonces. En el curso de sus investigaciones, sin darle gran importancia al hecho, las mejores mentes entre los corbículos han demostrado de manera concluyente que la fusión nuclear, la inteligencia artificial y la migración interestelar nunca fueron opciones prácticas.

Siendo pacientes, longevos y no muy adictos a las estupideces colectivas, los corbículos han entendido y aceptado su destino final hace mucho tiempo. En otros seis millones de años, a medida que se expanda el Sol y aumente la temperatura de la superficie de la Tierra, la última vegetación superficial perecerá y las corbículas se extinguirán; en otros noventa millones de años se extinguirán las últimas formas de vida pluricelulares; en otros doscientos millones de años, los últimos mares hervirán, y la biosfera de la Tierra, acercándose al final de su larga, larga vida, se acurrucará en las grietas más profundas de su antiguo mundo rocoso y caerá en un sueño final.

Dentro de diez mil millones de años

La Tierra ha muerto. Su funeral fue espléndido; su cuerpo se sumergió en el fuego estelar cuando el Sol alcanzó su etapa de gigante roja y se expandió hasta la órbita de Marte. Sus cenizas fueron arrojadas al espacio interestelar con el primer gran flash de helio que marcó el comienzo del descenso del Sol hacia su destino. Dos mil millones de años más tarde, la onda de choque rica en gas y polvo de ese destello se abrió paso en una masa de polvo interestelar a decenas de años luz del pálido cadáver del Sol, y puso en marcha uno de los grandes procesos de transformación del cosmos.

Han pasado miles de millones de años más desde esa colisión. Una estrella de tipo K-2 de color amarillo anaranjado brilla alegremente en medio de seis planetas y dos cinturones de asteroides. El segundo planeta tiene una temperatura superficial entre los puntos de congelación y ebullición del agua, y una variedad de elementos lo suficientemente rica como para poner en marcha otro de los grandes procesos transformadores del cosmos. En este momento, en un lugar de la superficie de este mundo, alzándose entre cosas bulbosas de color púrpura que no se parecen en nada a los árboles pero cumplen la misma función ecológica, hay un peñasco de roca negra. Encima de ese peñasco, una criatura se sienta mirando las estrellas, abanicando sus lúnulas con su cresta sagital y agitando sus pedipalpos de un lado a otro meditativamente. Es uno de los primeros miembros de la primera especie inteligente de su planeta, y está, por primera vez en ese mundo, observando las estrellas y preguntándose si otros seres podrían vivir en ellas.

La bioquímica, la estructura y el ciclo de vida de esta criatura no tienen nada en común con los tuyos, querido/a lector/a. Su mundo, sus órganos sensoriales, su mente y sus sentimientos serían completamente extraños para ti, incluso si diez mil millones de años no los separaran. Sin embargo, algunos átomos que actualmente son parte de tu cerebro, mientras lees estas palabras, también serán parte del cerebro de aquella criatura en ese mundo distante que aún no existe. ¿Ese hecho te horroriza, te intriga, o te consuela?

Comentarios

  1. Gracias por compartirlo. Leerlo a esta hora de la madrugada, en puro silencio y oscuridad, es como un viaje a las estrellas ida y vuelta. Maravilloso.

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    1. ¡Hola Lucía! Gracias por tu comentario. A mí me fascinó también, por eso decidí traducirlo.

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