Mi viaje emocional con todo esto del colapso


Por qué este texto

Cuando he discutido sobre el colapso civilizatorio con alguna gente, percibí mucho negacionismo.

Ese negacionismo lo vi en respuestas que me trataban frontalmente de "catastrofista", pero también de otras maneras sutiles, dónde la persona no me contradecía pero tampoco se abría realmente a la posibilidad de este colapso. Me dejaba hablar y después iba a seguir pensando lo que pensaba antes, sin siquiera verificar las fuentes que yo le proveía para que lo chequee por sí misma.

Quiero compartir mi experiencia emocional con este tema del colapso como una manera de empatizar con este negacionismo.

Mi historia intelectual con el colapso

Entré en contacto con este tema en el 2019, pero ya tenía una base importante en la comprensión del cambio climático y en el seguimiento de la cuestión desde hace años. Desde entonces sabía lo que iba a pasar si la humanidad seguía emitiendo CO2 al ritmo que lo hacía, porque había estudiado los informes del IPCC que se presentaron para la Cumbre de París (en estos días se ha filtrado un borrador de los informes para la Cumbre de 2022, con perspectivas mucho peores).

Por norma, los gobiernos del mundo hacen muy poco o nada para prevenir los desastres asociados al cambio climático. Porque las medidas de mitigación y adaptación exigidas por el IPCC (con todo lo tímidas que son), significarían poner en segundo lugar a la ganancia (principal objetivo de cualquier poseedor de capital) y al crecimiento económico (principal objetivo de cualquier gobernante). O sea que a lo terrible de la caída que se viene, se suma lo terrible de la realidad socio-política, donde se sigue serruchando la rama en la que estamos sentados.

Me encontré con la noción de colapso civilizatorio también por esos años, pero como asunto meramente académico: el colapso de civilizaciones anteriores. En el 2005 Jared Diamond había publicado su libro Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Diamond advertía con alguna preocupación sobre la posibilidad de colapso de la civilización global actual. Como era un intelectual yanqui con una cosmovisión puramente burguesa, lo empujé para atrás en mi lista de intereses intelectuales.

Ahora sí, llegando a 2019, me empecé a encontrar con la perspectiva del colapso civilizatorio ya no como peligro sino como futuro próximo en comentarios de facebook y en blogs. Y reaccioné en rechazo porque percibí dos cosas muy negativas si exploraba esa perspectiva:
  1. Si tenés proyectos para el futuro que asumen la continuidad de las actuales condiciones sociales "macro", esta perspectiva te exigirá abandonarlos. O por lo menos, reformularlos radicalmente.
  2. Lo mismo vale si tenés ideas de cómo transformar la sociedad o ideales sobre la sociedad que querés. Si esas ideas e ideales asumen que vamos a seguir teniendo la abundancia actual o más, la productividad actual o más, la energía actual o más, las complejas instituciones actuales u otras más complejas todavía, la perspectiva del colapso te exige abandonarlas también. Ni hablar si tenías esperanzas en una utopía tecnológica como Star Trek o algo así.

El apego y el duelo

Una de las razones por las que me irrita ese discurso tan liviano de "soltar" que está de moda es que subestima la fuerza del apego. Además que se basa en la teoría de la elección racional, ideología más burguesa imposible, y sus consejos son siempre individualistas. Pero los individuos no son, la mayoría del tiempo, electores racionales. Una prueba es que tenemos apego a cosas, ideas y personas que sabemos que nos hacen mal.

Cuando me encontré con la perspectiva del colapso, yo todavía tenía apego a la idea de una revolución proletaria (a la consejista) y al ideal de una sociedad industrial ecosocialista, que lograría el "para todos, todo" con sistemas de producción no contaminantes y mucho más eficientes (sin sobreproducción ni competencia ni obsolescencia programada), cumpliendo todas las medidas de adaptación y mitigación del cambio climático exigidas por la ciencia, con economía circular, con paneles solares, etc.

Gradualmente esas ideas y ese ideal se fueron desmantelando una vez las fui sometiendo a un examen descarnadamente materialista sobre la crisis de los recursos. Descarté ese comunismo industrial (que heredaría y multiplicaría la productividad del capitalismo) porque ya no sería materialmente posible, pero no quise renunciar al comunismo como perspectiva de organización social en pos del bien común y realización de la fraternidad humana universal, así que escribí esto y esto.

Sin embargo, la verdadera quema de las naves la hice con la lectura del libro Colapso de Carlos Taibo. El estudio de ese libro, y sobre todo de sus capítulos 2 y 3, fue emocionalmente exigente. La experiencia que pasé es muy similar a la de un duelo. De hecho, luego averigüé que esto era frecuente, y que hasta había literatura sobre el tema. No solo la literatura sobre el duelo por la muerte de un ser querido, con las clásicas 5 etapas de negación, ira, negociación, depresión y aceptación (que las pasé). Sino sobre el duelo específico relacionado con la muerte del futuro que esperábamos para la especie humana y/o para nuestra familia.

(Hay que hacer una pausa crítica necesaria. Este duelo tenemos posibilidad de pasarlo quienes hoy tenemos condiciones de vida dignas y con bastante confort, especialmente en las ciudades. Me refiero a cosas básicas que damos por sentadas: techo, abrigo, agua potable, bañarnos (y con agua caliente) cuando queremos, electricidad y cable/internet las 24 horas, comida variada y abundante cerca nuestro, calefacción y refrigeración... Y cuando tenemos el dinero: lujos como comer afuera, pedir delivery, hacer compras por antojos, viajar decenas o centenas de kilómetros para visitar gente querida o ir de vacaciones. Quienes hoy no tienen estas cosas ni expectativas de tenerlas no es que lo pasarán bien en el colapso, pero sí tendrán la piel más dura en lo psicológico y estarán acostumbrados al estado de supervivencia que será nuevo para otros.)

Lo específico del duelo sobre el colapso

Esta presentación de Jorge Riechmann la recomiendo entera, pero lo que quiero resaltar es lo que dice en las diapositivas 46 a la 52.

El dolor psicológico que sentimos quienes tomamos consciencia del colapso tiene que ver con oportunidades perdidas para nuestra especie. Esos sentimientos de tristeza, miedo, ira, desánimo y angustia no son algo de lo que hay que huir. Son testimonio de dos cosas positivas:
  1. Tenemos una consciencia lúcida de la realidad terrible, y no nos engañan las falsas promesas ni la fe en soluciones mágicas.
  2. Estamos interconectados a los demás humanos, a las demás especies con las que convivimos, al planeta que nos alberga a todos. Por eso nos duele lo que está pasando y lo que está por pasar.
¿Qué haría falta para que dejar de sentir dolor? Volver a un estado de ignorancia y de alienación. Seguir de fiesta hasta el último minuto (hasta el momento del pánico) en el Titanic. No es eso lo que yo quiero para mí. Quiero una vida con sentido, aunque el precio a pagar sea algo de dolor.

Palabras finales

Yo ya acepté el colapso. Lo que voy a hacer con mi vida no es hacer correr el pánico, pero sí alertar a los demás que inevitablemente el Titanic se va a hundir. Ya es tarde para cambiar el rumbo o para frenar. Lo que tenemos para decidir es qué hacer con el tiempo que nos queda.

Una de esas cosas será criticar las falsas salidas, que van a empezar a tener mucha difusión cuando los gobiernos no puedan seguir con el business as usual. Cosa que ya está pasando en países como España. Los gobiernos que por décadas ignoraron las advertencias de la comunidad científica ahora pedirán sacrificios a la población. Su agenda real es que parte de la población se sacrifique para salvar a esta civilización decadente, para salvar al capitalismo, para que siga habiendo crecimiento a cualquier costo, para que una minoría pueda seguir gozando de privilegios. Un nuevo fascismo con discurso ecologista, que tendremos que combatir.

Es importante entender que no todos los aspectos del colapso son negativos. Nuestras sociedades son demasiado complejas, demasiado centralizadas, demasiado urbanas, y demasiado grandes. Una reducción de complejidad, una descentralización, una re-ruralización y un decrecimiento serán positivos; serán oportunidades para una vida más sencilla, con mayor autonomía, con mayor conciencia de la trama de la vida, y en equilibrio con el ambiente. De manera que los intentos de preservar esta civilización son otra cosa a combatir si queremos salvar a nuestra especie.

Lo más importante que podemos empezar a hacer es construir más botes, para que al momento de abandonar el barco nos salvemos la mayor cantidad posible. A eso yo le llamo transición ecosocial. La buena noticia es que aun si no podemos obligar a los gobiernos a que hagan lo que hay que hacer, hay cosas que podemos empezar a hacer personalmente, familiarmente, en colectivos. Especialmente a nivel local.

E incluso si lo anterior está destinado a la derrota, aún así es mejor morir peleando. Eso es lo que siento.

Comentarios

  1. Excelente, Rubén. Mi recorrido psicológico con esa idea fue similar. Más que nada te vengo leyendo a vos, no leí todavía ni a Taibo ni La espiral, que me hiciste dar ganas de leerlas hace rato y vengo complicado para hacerlo.

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  2. Terrible, somos 7500 millones. El desastre es ineludible.

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  3. Coincido. He atravesado esas etapas que comentas. Y con la aceptación hay dolor ineludiblemente. Lo que queda, lo que me queda es seguir luchando, tanto como puedo en mi activismo. Claro que es mejor morir peleando, pero igual que miedo que me da todo esto.

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    1. Comparto ese miedo. Por quienes serán niños y niñas en el momento del derrumbe, por toda la gente que no lo sobrevivirá, y por los sacrificios que quizás haya que hacer por sobrevivir. Ojalá ese momento pueda evitarse y pudiéramos hacer una transición ordenada al decrecimiento.

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  4. Muy bien contado. Me identico mucho. Un abrazo desde el blog comoenanos.

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