¿Necesitamos (ser) revolucionarios?

Si todas las revoluciones desde el siglo XVIII en adelante terminaron fortaleciendo al Estado, ¿es una revolución lo que necesitamos? Y, por lo tanto, ¿necesitamos (ser) revolucionarios? Empiezo este texto con mis conclusiones y lo termino describiendo el camino mediante el que llegué a ellas.

Mis razones para no identificarme como revolucionario

Me identifiqué como revolucionario por poco más de una década. Dejé de hacerlo porque vi que casi siempre significaba:

1) poner una ideología por encima de los hechos comprobados, 

2) estar todo el tiempo pendiente de la injusticia no resuelta al punto de no apreciar el bien y la belleza que existen, 

3) despreciar a la gente común que sólo quiere vivir en paz y ver crecer a sus hijos y nietos, 

4) minimizar toda lucha por reformas y menospreciar todo proyecto orientado a mejorar las condiciones de vida en el corto plazo, 

5) inventarse una responsabilidad personal con la Historia a costa de las responsabilidades más inmediatas -y reales- de la vida adulta,

6) renegar del proyecto de una vida feliz y de la realización personal, 

7) creerse parte de una élite "despierta" y ver al resto del mundo como un rebaño. 

Mis primeros años con la idea de la revolución

Esta historia empieza con mi despertar político en las jornadas de diciembre del 2001 en Argentina. Como detallo en mi biografía política, en esas experiencias y durante mi participación en el movimiento de las asambleas populares me hago de izquierda, anti-capitalista, y me acerco al marxismo-leninismo.

El marxismo-leninismo tiene una propuesta concreta. Hay que cambiar al capitalismo por el socialismo y esto sólo se puede lograr mediante una revolución social que destruya al Estado burgués e instaure un Estado obrero que -nos prometen- será transitorio mientras dure la resistencia burguesa. Luego de la victoria definitiva, se disolverá solo, y las sociedades se autogobernarán sin Estado. Por lo tanto, ser marxista-leninista significa ser partidario de esa revolución y verla como el único camino posible al socialismo.

Junto con la toma de partido por la revolución viene una crítica al reformismo, es decir a la creencia de que vamos a llegar al socialismo a través de una sucesión de reformas, sin tener que hacer una revolución. Por lo tanto al fundamento del párrafo anterior se le suma una cuestión identitaria: los revolucionarios o partidarios de la revolución(1) nos tenemos que oponer a los reformistas o los partidarios del reformismo.

Así como el intelectual pro-capitalismo adora al Progreso, el intelectual anti-capitalista adora a la Revolución.

Problematizando la revolución

El estudio de la revolución rusa fue fundamental en mi trayectoria intelectual y política. Como entré al socialismo por la puerta del marxismo-leninismo, mi valoración de la revolución de octubre era muy positiva, igualmente mi valoración de los bolcheviques y particularmente de Lenin. Como mis contactos eran anti-stalinistas y troskistas, tuve la guardia alta respecto a Stalin y a la URSS de las purgas. No me cerraban algunas cosas del troskismo como "la defensa incondicional de la URSS", y ni bien me familiaricé con la represión de Kronstadt mi concepto de los bolcheviques comenzó a cambiar.

En ese momento seguía estando a favor de una revolución "a la leninista", pero corrigiendo lo que yo veía como "excesos autoritarios y centralistas". Sería después, profundizando en el estudio de fuentes y miradas no bolcheviques de la revolución rusa, donde descubriría que el autoritarismo y el centralismo eran características esenciales del bolchevismo.

Mi convicción es que el socialismo tenía que ser una especie de democracia directa ejercida por el pueblo trabajador, y no una república parlamentaria de varios partidos socialistas. Mucho menos la dictadura de un solo partido. Estas discusiones sobre qué socialismo queríamos me permitieron distinguir una vez más entre revolución y socialismo. La revolución era un medio, el socialismo un fin. Por lo tanto la revolución solo importaba en tanto podía hacer posible el socialismo, y no por sí misma. Ser socialista y comunista empezó a ser más importante a la hora de objetivos y de identidad que ser revolucionario.

En mi camino de abandono del marxismo-leninismo, seguía convencido de que hacía falta una revolución porque el proyecto de reemplazar capitalismo por socialismo me seguía pareciendo imprescindible, ¿y de qué otra manera podía vencerse la resistencia capitalista a ese cambio? Lo que empecé a examinar entonces es qué tipo de revolución era la que hacía falta.

El comunismo de consejos, el primer marxismo anti-leninista con el que entré en contacto, tenía una respuesta. Lo que era necesario era una revolución proletaria en oposición a una revolución burguesa. La revolución rusa era caracterizada por los consejistas como una revolución burguesa encabezada por la intelectualidad radicalizada. Los embriones de revolución proletaria que hubo en la revolución rusa (los consejos obreros, los comités de fábrica) fueron la primera víctima de la dictadura bolchevique una vez pudo hacerse del Estado. De manera que la posición revolucionaria proletaria en la revolución rusa hubiera sido apoyar a los soviets y a los comité de fábrica contra el bolchevismo y cualquier otro partido que quisiera controlarlos.

La revolución puede ser necesaria pero no deseable

El peligro de terminar peor después de una revolución no solo es razonable sino que tiene fundamento histórico. Las revoluciones quieren resolver injusticias de décadas o de siglos en un periodo de tiempo muy corto (meses, años). Inevitablemente, mediante lo que se llama sus excesos, cometen nuevas injusticias. Que a veces engendran contrarrevoluciones o restauraciones. 

Una revolución sólo debe hacerse cuando no hay otra alternativa. Cuando las reformas no son posibles, porque son bloqueadas o porque el problema requiere un cambio radical. Las revoluciones han generado nuevas libertades (más en la teoría que en la práctica) y nuevas ideas, pero también nuevos moralistas, nuevos fanáticos, nuevas opresiones. 

Las revoluciones se produjeron cuando no se hicieron las reformas a tiempo. Por eso quienes impidieron que esas reformas se hicieran también tienen parte de la responsabilidad en los excesos de las revoluciones. 

Hay que quitarle el romanticismo a la revolución. Es algo terrible. A lo sumo un mal necesario. Nunca un bien. Cuando alguien se ve obligado por las circunstancias a ser revolucionario es porque siente una responsabilidad hacia otros. Cuando alguien DESEA ser revolucionario es porque quiere poder sobre otros, ya sea para ser el nuevo amo (Lenin, Castro) o para tener una excusa legítima para robar, matar, torturar, destruir (Beria, Guevara).

Comparto unas palabras del anarquista Elisée Réclus en su libro Evolución y revolución(2):

"Las revoluciones produjeron siempre un doble efecto. Puede decirse que la historia ofrece en todos los casos un anverso y un reverso, y cuantos no se satisfacen con palabras deben estudiar detenidamente los hechos con crítica severa e interrogar con intención a los hombres que pretenden ser defensores de la buena causa. No es suficiente gritar: «¡Revolución! ¡Revolución!» para que inmediatamente sigamos detrás de cualquiera que tenga interés en arrastrarnos. Es natural, sin duda, que el ignorante obedezca a su instinto; el toro enloquecido se precipita sobre un trapo rojo, y el pueblo, siempre oprimido, se lanza contra cualquiera que se le designe como causante de su desgracia. Una revolución es siempre necesaria y buena cuando se produce contra un amo o contra un régimen; pero si de ella ha de surgir un nuevo despotismo, es cosa de preguntarse si no resulta preferible dirigirla de otro modo. 

Puede decirse que hasta nuestros días ninguna revolución ha sido razonada, y por esta causa, ninguna tampoco ha completado el triunfo. Todos los grandes movimientos fueron, sin excepción, actos inconscientes de la multitud, movida por su instinto o arrastrada por interesados, y las ventajas obtenidas no han sido de verdad más que para los directores del movimiento."

¿De qué manera la gente que hace la revolución puede controlar conscientemente su curso? Si no tenemos una respuesta para esto, entonces ya sabemos que vamos a terminar mal. 

Notas

(1) La identidad basada en ser partidario de una revolución crea una ilusión peligrosa: la de que es posible y deseable una unidad de todos los revolucionarios. O sea, ya basta con que quieras hacer una revolución y destruir el sistema actual para que seas mi "compañero". De esta manera los marxistas-leninistas pretenden ser fraternos con los anarquistas (aunque durante las revoluciones siempre que pudieron los aniquilaron), simpatizan con revolucionarios como los jacobinos (a pesar de que hubo comunistas entre sus víctimas), e incluso elogian al capitalismo por ser revolucionario.

(2) Muy recomendable, puede bajarse aquí.


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