Una utopía: la globalización decrecentista

Con este breve cuento, inspirado por el Mensaje desde 2071 que publiqué antes, quiero lograr dos cosas. Primero, rescatar valor de la utopía. Estoy podrido de que nuestra imaginación esté colonizada por distopías. Es inmovilizante y, a esta altura, perezoso. Necesitamos imaginar futuros donde el final del capitalismo no sea el final de la humanidad ni de la civilización. Segundo, aquí voy a volcar mis anhelos reformistas y revolucionarios. Es la primera vez que voy a acomodarlos en el mismo relato y trataré de hacerlo lo más coherente posible.

El Consejo de Emergencia Climática

La década de los 2020s transcurrió sin que los Estados nacionales, sobre todo los más desarrollados, tomaran ninguna medida significativa de transición hacia una economía post-fósil. Las olas de calor empezaron a matar miles de personas. Las olas polares en Europa y Norteamérica también hicieron estragos, por la escasez de gas natural. Pequeños países isleños empezaron a desaparecer por la suba del nivel mar, pero esto no movió el amperímetro en las política global. Sí fue incrementando las migraciones climáticas, multiplicando el número de refugiados, y creando tensiones en los países a los que escapaban. Las sequías y los mega-incendios se hicieron más frecuentes. El ecologismo se radicalizó en defensa de los ecosistemas que quedaban, y los Estados no tuvieron mejor idea que responder represivamente utilizando el meme que ya se había creado desde la derecha: "eco-terrorista".

Fue en el año 203x que un evento climático catastrófico sacudió a la humanidad. Millones salieron a las calles en Europa, Norteamérica y Asia oriental. La rebelión se extendió a gobiernos locales y provinciales. Los pueblos ya no exigían que sus gobiernos hicieran lo que tenían que hacer sino que desaparecieran. Los Estados nacionales, sobre todos los más poderosos, ya no tenían legitimidad para sostenerse por sí mismos. Tanto grandes porciones de la población como los medios masivos de comunicación y no pocos gobiernos nacionales, miraron hacia la ONU exigiendo una solución. Los Estados más perjudicados por el cambio climático, cuyos intereses en medidas profundas y urgentes se vieron postergados una y otra vez en las más de 30 cumbres climáticas, propusieron la disolución del Consejo de Seguridad y que la Asamblea de la ONU se convirtiera en un gobierno mundial que empezara a tomar decisiones vinculantes para los Estados miembros. Primero, sancionando las medidas que algunos gobiernos nacionales y municipales habían empezado a tomar y estableciendo protocolos que otros gobiernos pudieran seguir. Segundo, con iniciativas surgidas en la propia Asamblea y que los Estados miembros debían obedecer, so pena de expulsión. Por supuesto, esto fue resistido por las principales potencias. Hizo falta un segundo azote de la catástrofe para empujarles a hacer estas concesiones, que creyeron temporales.

Una de las iniciativas de la Asamblea de la ONU fue crear un Consejo de Emergencia Climática con decisiones vinculantes para todos los Estados miembros. Informado por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), el CEC creó un plan de transición energética post-fósil teniendo en cuenta los materiales necesarios para la misma. El IPCC se vio obligado a desechar las propuestas de crecimiento verde basada en estimaciones exageradamente optimistas del potencial eólico y solar. Se impuso una profunda revisión de la literatura tecno-optimista y empezó a ser obvio que no existían en la tierra las reservas minerales para el Green New Deal. La idea de decrecimiento se empezó a discutir abiertamente, reivindicando a varios científicos previamente calumniados como alarmistas. 

El dólar-carbono y la nueva economía

La humanidad tenía que abandonar definitivamente los combustibles fósiles y recuperar el tiempo perdido en las acciones de mitigación y adaptación al cambio climático. Pero esto ya se había dicho antes. La sola presión política no era suficiente para obligar a los Estados nacionales a cumplir con estos objetivos. La movilización popular tampoco podía sostenerse indefinidamente. Ni las iniciativas ciudadanas más heroicas podían hacer algo más que experimentos poco generalizables. La solución vino, inesperadamente, de algunos economistas que idearon un sistema para hacer coincidir al interés inmediato de las empresas con los objetivos de descarbonización y resiliencia.

Los bancos centrales del mundo se unieron para crear una moneda mundial: el dólar-carbono. A los países que todavía tuvieran reservas probadas de carbón, petróleo y gas natural, se les pagó por reducir su producción. A todos los países se les pagó por preservar y restaurar los bosques y humedales por ser sumideros de carbono. El dólar-carbono subsidió a las tecnologías de generación distribuida de energía, a los combustibles alternativos al diésel y al GNC, a la industria del reciclaje, a los proyectos de restauración ecológica, a la producción local de bienes esenciales, y a la agricultura regenerativa. Esto hizo coincidir los intereses orientados a la ganancia inmediata con la descarbonización de la economía y la preservación de los ecosistemas.

Otra transformación profunda en el sistema político global vino de la creación de un canal de relaciones directas entre la ONU y las ciudades, sin pasar por los Estados nacionales ni provinciales. Las líneas de financiamiento se abieron para todos los proyectos destinados a disminuir la demanda energética tanto de las construcciones como de la movilidad. Se promovió la agroecología urbana, la disminución general de los residuos urbanos y el aumento de la economía circular, proyectos de adaptación al cambio climático, acciones de reforestación y de creación de áreas protegidas. Estas acciones crearon un círculo virtuoso que diversificó a las economías locales: cooperativas y ferias agroecológicas, emprendimientos relacionados al compostaje y al reciclaje, viveros de especies forestales nativas, fabricación de ladrillos con mayor inercia térmica, construcción de viviendas sociales sostenibles. De esta manera, los estímulos que venían de las Naciones Unidas para gobiernos y grandes empresas estimularon también al sector privado pequeño y mediano de las ciudades para contribuir a la descarbonización.

Hubo perdedores en el nuevo esquema. Las manufacturas tuvieron que reducir su producción a los mercados más próximos. Además del sector termoeléctrico y del nuclear, uno de los perdedores fue la industria del hardware. Por la escasez de los materiales de los que se componen estos dispositivos, y debido a los altos costos en carbono de la minería y el traslado de dichos minerales (por no mencionar las violaciones en derechos humanos en el Congo, donde se encontraban los yacimientos de coltan), el CEC dictó normas contra la obsolescencia programada. Se crearon incentivos económicos para recuperar la basura electrónica y promover la minería urbana, haciendo más económico el reciclaje. Las compañías productoras de hardware fueron obligadas a elaborar una nueva línea de productos con una mayor vida útil y más fáciles de reparar. Como contrapartida, se ralentizó el proceso de mejora ya que las versiones entre uno y otro producto se hicieron más distantes en el tiempo. Esto hizo a estos dispositivos más duraderos y confiables, pero más caros. Los teléfonos inteligentes y las computadoras pasaron a ser artículos de lujo o de instituciones. Para uso personal masivo, hubo un regreso al antiguo celular básico restringido a llamadas telefónicas, mensajes de texto y aplicaciones básicas como agenda, notas y calculadora (sin cámara ni internet). Los laboratorios de computadoras volvieron a recuperar su importancia en la escuela y en la universidad. Los cyber volvieron a cobrar popularidad. Las redes sociales promotoras de la adicción a la pantalla tuvieron que reinventar su modelo de negocios, ya que las pantallas ya no estaban disponibles 24/7 para miles de millones de personas.

Tanto por promoción de la ONU como por iniciativa propia, se crearon mercados regionales por continente o subcontinente. La creación de metas regionales de reducción de CO2 demostró ser un gran incentivo para la colaboración entre Estados nacionales para equiparar y complementar sus industrias y su agricultura. Los países considerados "subdesarrollados" y que mejor conservaron su patrimonio natural resultaron ser los más beneficiados con dólares-carbono, sobre todo al colaborar con los de su región en vez de competir contra ellos. Esto generó un mayor impulso del comercio regional e intra-continental, que a su vez impulsó la rehabilitación de las vías ferroviarias y de navegación en aquellas regiones con historia colonial (donde sus vías de transporte de bienes seguían el esquema de convergencia hacia el puerto sin comunicarse entre ellas). Los nuevos tratados comerciales entre los países de la misma región estimularon otros tratados sobre investigación científica conjunta, programas de intercambio estudiantil, y múltiples convenios de colaboración entre gobiernos nacionales, provinciales y municipales.

La revolución demográfica y el renacimiento de la democracia

La nueva interconexión dentro de las localidades de cada país dio una nueva vida a zonas del interior, promoviendo la creación de empleo y oportunidades de prosperidad en pueblos y en ciudades pequeñas donde todo estaba por hacer, atrayendo a mano de obra y profesionales desde las grandes áreas urbanas a las más pequeñas. Las metrópolis tendieron a vaciarse (especialmente las más castigadas climáticamente) y el interior se hizo algo más cosmopolita.

El nuevo flujo migratorio entre los países de la misma región dio por tierra con los viejos temores xenofóbicos sobre extranjeros que venían a quitarle el trabajo a los nativos. Por cada boliviano trabajando/estudiando en Argentina había un argentino trabajando/estudiando en Bolivia.

Se crearon parlamentos continentales allí donde no existían. Las elecciones para dichos parlamentos regionales empezaron a cobrar tanta importancia (o más) para las poblaciones que las elecciones para las autoridades nacionales. Paralelamente, se multiplicaron los convenios de colaboración entre ciudades, ya fuera del mismo país o de distintos países. Las protestas nacionalistas fueron ahogadas en un mar de indiferencia y de conformidad con la nueva prosperidad. Los Estados nacionales vieron reducidas sus funciones a coordinación, estadísticas, y representación en las instancias supranacionales. Esto fue esmerilando el carácter presidencialista de los gobiernos nacionales. Fueron los municipios los protagonistas del día a día.

Esta nueva unidad regional aportó a resolver conflictos ambientales entre gobiernos provinciales y nacionales. También debilitó la resistencia que la soberanía nacional le ponía al cuidado de patrimonios naturales de la humanidad. Por ejemplo, el Amazonas. Mitigar el cambio climático se había transformado en una actividad económica más rentable que el extractivismo en nombre del "desarrollo".

La Asamblea de la ONU reconoció por resolución a los pueblos indígenas como protectores estratégicos de los ecosistemas donde tenían sus comunidades. Cada Estado miembro estaba obligado a reconocer en su sistema legal a la propiedad comunitaria sobre el territorio. Las comunidades indígenas pasaron a tener el mismo status que municipios. Esto facilitó la resolución de conflictos territoriales entre ciudades y comunidades indígenas. De hecho, fue muy frecuente que las áreas protegidas urbanas que limitaban con comunidades indígenas pasaran a ser territorio de estas últimas. La ciudad seguía recibiendo los dólares-carbono correspondientes al área protegida y las comunidades indígenas aseguraban su modo de vida  ancestral con un uso productivo y medicinal sostenible de los ecosistemas.

Fue en este momento que se dio el golpe que se venía preparando: la desmilitarización y el desarme de los Estados nacionales. Los informes y las discusiones en la Asamblea y en los parlamentos regionales sobre el costo en carbono de la industria armamentística y el mantenimiento de los ejércitos venían generando un consenso en la opinión pública sobre la necesidad de reducir e incluso desmontar los ejércitos. Además, entrar al ejército ya no era una estrategia de supervivencia para los pobres sin empleo ni estudios. La nueva prosperidad ya llevaba décadas disminuyendo las inscripciones.

La alianza mundial de los bancos centrales a esta altura se había convertido en un factor de poder independiente de los Estados nacionales. La economía de los Estados nacionales se había vuelto dependiente de los dólares-carbono y aquel Estado que no diera pasos en disminuir su industria armamentística y su ejército era castigado con el descuento de dólares-carbono proporcional al CO2 generado por su complejo militar-industrial. Los Estados que salieron de la ONU vieron cortadas todas sus líneas de financiamiento mundial y enfrentaron una rebelión ciudadana y de sus mismos municipios. Los científicos justificaron la desmilitarización en términos de descarbonización y de conservación de materiales escasos que serían mejor aprovechados en otros usos. Pero también tuvieron cabida los argumentos humanistas que, esta vez, no se apoyaban en un ideal abstracto de fraternidad universal, sino en los múltiples lazos de cooperación, intercambio y apoyo entre los pueblos.

El nuevo equilibrio

El objetivo de descarbonización se alcanzó en el 20xx. Mientras tanto, el clima fue haciéndose más duro e imprevisible, planteando desafíos a la agricultura y a otras necesidades básicas. La permacultura fue un estilo de vida cada vez más corriente. Se potenció la investigación científica de cómo potabilizar el agua marítima y de cómo prevenir el derretimiento de glaciares y del permafrost. Las catástrofes climáticas que siguieron encontraron a un mundo más resiliente, con aceitados mecanismos regionales de cooperación y asistencia. 

Los dólares-carbono se fueron volviendo menos necesarios. El decrecimiento había hecho su trabajo y las economías ya estaban orientadas a mantener el precario equilibrio con el ambiente, lo cual sería necesario durante siglos. A partir de ahora los proyectos se hicieron a más largo plazo, pasando de la carbono-neutralidad a la carbono-negatividad, reforzando la restauración ecológica en la tierra y en los océanos, y ampliando los kilómetros cuadrados sin presencia humana. El nuevo status quo ya tenía su propia inercia. Esto redujo el protagonismo de los bancos centrales e inclusive de la Asamblea de la ONU y los parlamentos supranacionales.

El siglo XXI terminó con la humanidad y su civilización sobreviviendo al cambio climático, habiendo pagado un alto precio en comodidades e incluso en la expectativa de vida al nacer, que se vio reducida en una década. Pero habiendo ganado en una vida saludable para todos, y una evolución en conciencia ciudadana y en gobernanza que serían tan irreversibles como la escritura. No solo era un mundo post-fósil, sino post-nacionalismo y post-capitalista, donde el liberalismo se trasladó de la economía a la cultura, la economía se basó en asegurar la supervivencia y la prosperidad de las comunidades, y la era de presidentes "fuertes" dio paso a una clase política más circunspecta a labores de gestión. Políticamente, era en los municipios donde estaba la acción, y la mayoría de ellos empezaban a ser co-gobernados o directamente gobernados por sistemas de asambleas vecinales.

Del crecimiento con crisis al decrecimiento sostenido y luego al equilibrio. Este fue el pasaje de la humanidad en el siglo XXI. Un nuevo eco-socialismo, librado de ideología progresista y compatible con un respeto religioso de la Madre Tierra, resultó ser la expresión teórica y política más adecuada para este equilibrio entre desarrollo humano y ecología. Dicho equilibrio tuvo que mantenerse por unos siglos más por la inercia del cambio climático disparado en los siglos anteriores.

La subjetividad de la gente en esta época se caracterizó por ser más campesina y más ruda, pero al mismo tiempo más comunitaria y humanista en general. La producción, subordinada al crecimiento infinito y al lucro en el pasado, ahora se subordinaba al bienestar y al cuidado de las comunidades. El estímulo para elevar la productividad fue disfrutar de más tiempo libre y dedicarse a tareas más interesantes. Los comportamientos individualistas y desequilibrantes fueron considerados antisociales y desincentivados por la desaprobación social en público y en privado, formal e informalmente. Los individuos creativos y emprendedores encontraban su vía de expresión en diseñar nuevas formas de elevar la productividad, aumentar el disfrute del tiempo libre, y también en la construcción de nuevas comunidades, tarea que fue necesaria por mucho tiempo debido a las migraciones climáticas.

La comunidad científica, con menor presión para la solución de las urgencias climáticas y ocupada en proyectos de restauración ecológica de largo plazo, fue orientando parte de sus esfuerzos a la investigación del clima en los siglos por venir. Fue un consenso creciente la posibilidad de que el cambio climático ya iniciado pudiera provocar un cambio de era geológica, volviendo a la agricultura inviable en cada vez mayores partes del planeta. Quizás el nuevo modo de vida permacultural tenía sus siglos contados. Pero esto no provocó el caos o el nihilismo que hubiera provocado en la era del crecimiento. La idea del equilibro había calado hondo y se tenía fe en que la humanidad se adaptaría a esa nueva era geológica y la sobreviviría, como lo había hecho hace cientos de miles de años. Además, cada comunidad ya estaba acostumbrada a volcar parte de sus esfuerzos en incrementar las posibilidades de supervivencia de las próximas generaciones. Si había algo que se podía hacer para minimizar el sufrimiento de un futuro distante, se lo haría.

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