Mi primer encuentro con el comunalismo de Bookchin
Empecé a estudiar una compilación de los textos de Murray Bookchin (muy interesante biografía personal e intelectual aquí). La compilación se llama La próxima revolución y se puede bajar en pdf desde la web de Comunizar.
Luego de una introducción muy útil, el primer texto se llama El proyecto comunalista, fue escrito en el 2002, y en él Bookchin sintetiza sus conclusiones a partir de sus encuentros con el marxismo, el sindicalismo revolucionario y el anarquismo.
Su propuesta comunalista sigue un hilo rojo de las revoluciones del siglo XIX y el siglo XX, comenzando desde la Comuna de París* (que a su vez tienen su antecedente en las Secciones de París en la revolución francesa) pasando por los Soviets rusos, el Consejo de Aragón, y hoy día podríamos incluir a las juntas del buen gobierno zapatistas, la confederación de Rojava. Ese hilo rojo son las organismos de democracia directa armados por el mismo pueblo, que han confrontado y algunas veces suplantado al Estado-nación.
El aspecto político del comunalismo se llama municipalismo libertario, y en él Bookchin adopta puntos de vista imposibles para las ortodoxias marxistas y anarquistas, al mismo tiempo que incorpora elementos racionales de ambas corrientes (por ejemplo el análisis de clase y el de las jerarquías). Bookchin propone participar de la política local, incluyendo las elecciones municipales, para promover desde allí organismos de democracia directa donde el Estado municipal vaya delegando las funciones que concentra.
Bookchin critica tanto el obrerismo presente en las propuestas marxistas y en la del sindicalismo revolucionario como el individualismo asocial presente en la propuesta anarquista. Contra la "guía" del partido de vanguardia y contra la ideología del consenso (que pone al individuo al mismo nivel que la comunidad), la propuesta de Bookchin será la democracia directa, basada en asambleas populares donde las decisiones se toman por mayoría.
Estas asambleas no son "órganos de poder del proletariado" (como sí lo eran los consejos obreros y las organizaciones de fábrica en el comunismo de consejos). En dichas asambleas el pueblo, venga de la clase obrera o de la clase media, recupera su carácter de ciudadanía, pervertido por la política estatal. Ciudadano es, para Bookchin, seguidor de la tradición de la polis, la persona libre que participa de la decisión sobre los asuntos comunes. En cambio para el Estado contemporáneo, un ciudadano es poco más que un contribuyente y un consumidor.
Bookchin separa gobierno de Estado y desafía la absorción de la política como administración de los asuntos comunes por la política de los Estados y los partidos. Las asambleas populares donde las decisiones se toman por mayoría son organismos de gobierno, pero al estar bajo control directo de la propia comunidad, ya no son Estado. Esto choca tanto contra la pretensión marxista-leninista de un "Estado obrero" como contra la pretensión anarquista de vivir en sociedad sin necesidad de gobierno, con una autonomía ilimitada para el individuo.
La propuesta comunalista, al no ser obrerista, no está sujeta a los mismos límites clasistas de la política basada en el marxismo. El marxismo, obsesionado con alcanzar la "dictadura del proletariado" (incluso el marxismo consejista), no admitiría la participación de la clase obrera en una política donde ésta se diluya en otra identidad. El comunismo busca la abolición de las clases, pero el comunismo en su versión marxista pone un paso previo en la autoafirmación de lxs obrerxs como clase.
En el esquema marxista de la transición del capitalismo al comunismo, la emancipación de la clase obrera a través de la lucha de clases es vista como el único camino para la emancipación de la humanidad. Por lo tanto todo lo que se oponga o no contribuya a afirmar a lxs obrerxs como clase separada será considerado reaccionario para los marxismos. Aún cuando sea algo que conduzca, efectivamente, al comunismo: la abolición de las clases. Por cierto, el esquema marxista no está sustentado en análisis científicos de la sociedad, sino en la dialéctica hegeliana "puesta sobre los pies" (aspecto no científico del marxismo criticado despiadamente por André Gorz en su Adiós al proletariado). Por ello pienso, como escribí hace poco, que a veces hay que elegir entre ser comunista y ser marxista.
Esto que escribo son reflexiones a partir de una primera lectura, que quizás sean respondidas con la lectura de los textos siguientes de la compilación. Por ahora tengo estas críticas o por lo menos inquietudes:
1) A pesar de que Bookchin prevee la resistencia del Estado-nación a la aparición de municipios libertarios y a una confederación de los mismos, no desarrolla cómo estos municipios se organizarán para no ser aniquilados militarmente sin recurrir a medidas como un ejército permanente, necesariamente una estructura vertical. Despues de todo, la confederación de Rojava, basada en el confederalismo democrático de Abdullah Öcalan, pudo establecerse sobre la base de victorias militares y sobrevive actualmente por el apoyo militar de la coalición (imperialista) contra el Estado Islámico. El zapatismo, similar. La misma Comuna de París tuvo su ventana de tiempo gracias a la derrota militar del Estado francés por la invasión prusiana.
2) La experiencia española de Indignados a Podemos indica que el Estado capitalista es capaz de recuperar a movimientos ciudadanistas que practican la democracia directa. Similar a como pasó con los partidos verdes en los 70 (para angustia de Bookchin), una vez se sucumbe al "realismo" de que hacer política es única o principalmente hacer política dentro del Estado, cualquier balance entre el parlamento y las asambleas se pierde en favor del primero. ¿Qué medidas se pueden implementar para impedir la recuperación? ¿Renunciar a participar de la política estatal en niveles supra-locales? En las metrópolis que concentran millones de personas el Estado local tiene una envergadura similar a un Estado provincial o incluso nacional.
3) Bookchin propone que las asambleas ciudadanas den cabida a todos los sectores populares, tanto la clase obrera como la clase media. Pero esto significa la convivencia de explotados y explotadores en una misma asamblea, especialmente en economías donde predomina la pequeña y mediana empresa. ¿Qué libertad tiene para la participación política la parte de la población que sobrevive como empleada, si votar en contra de las propuestas de sus patrones en la asamblea les puede significar el despido? ¿Qué propone Bookchin para manejar la traslación de este antagonismo al interior de estas asambleas?
4) La organización democrática de la producción se contradice con la propiedad capitalista (privada o estatal) de los medios de producción, así como con la concentración de las decisiones productivas en los dueños del capital. Bookchin no habla (en este texto) de expropiar ni menciona a organizaciones de democracia directa en los lugares de trabajo. Tampoco tiene en cuenta el peligro de que una revolución ciudadana en un municipio lleve a un capitalismo de Estado a nivel local. Me parece que un diálogo entre comunalismo y el comunismo de consejos (que hasta ahora no he encontrado) habría sido útil para clarificar estas cuestiones.
5) Actualmente veo viable la propuesta comunalista como proyecto histórico a nivel mundial sólo con el colapso de los Estado-nación y los Estados provinciales. Posibilidad que Bookchin no mencionó, y además él estaba ilusionado -quizás por no estar familiarizado con la crisis energética- que el futuro comunalista sería un futuro de abundancia. Por todas las previsiones que hoy podemos hacer sobre el futuro, no será este el caso.
6) Noté en el texto una confianza ingenua en la razón, la ciencia y la tecnología. Es muy posible que haya sido una reacción al discurso posmoderno.
Con todas estas inquietudes no estoy haciendo una impugnación de la propuesta comunalista. Para mí estos problemas no son una excusa para desecharla sino puntas para seguir investigando. Celebro mi encuentro con el pensamiento de Bookchin por su originalidad y por identificarme con su inconformismo con el marxismo y el anarquismo. Pero me reservo la potestad de criticar su propuesta contando con la ventaja del diario del lunes. Es posible que esta propuesta haya sido viable y ya no lo sea, o que nunca haya sido viable. Ya veré.
* Encontré un texto que advierte sobre el carácter no tan democrático de la Comuna de París, lo cual cuestiona en cierto modo su integración en el comunalismo de Bookchin, intransigentemente democrático.
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