La guerra de Ucrania en el marco del colapso del capitalismo global

En el segundo volumen de En la espiral de la energía, los autores prevén que una primera fase del colapso del sistema capitalista global será la formación de bloques capitalistas regionales enfrentados entre sí. Por las similitudes entre estas previsiones, la guerra en Ucrania y las posibles consecuencias que traería la exclusión de bancos rusos del sistema SWIFT, comparto estos pasajes del libro mencionado.

En un principio iba a compartir sólo lo dicho sobre el conflicto de Ucrania en el 2014, pero me pareció importante una cita más extensa para aportar contexto. He borrado las referencias a notas al pie, a cuadros/figuras y a bibliografía para facilitar la lectura. Las negritas son mías.


9.6 Nuevo orden geopolítico: regionalización y guerras por los recursos

La regionalización diferencial del sistema-mundo global

Las transiciones en los dos últimos ciclos sistémicos de acumulación vinieron acompañadas por un cambio en las fuentes energéticas y un gran incremento en su consumo. El final de la hegemonía estadounidense vendrá de la mano del crepúsculo del siglo del petróleo y del inicio de una nueva matriz energética. Pero en este caso, en lugar de un incremento en el consumo se producirá una disminución y, en vez de una nueva potencia hegemónica en un nuevo ciclo sistémico de acumulación, sucederá el final del sistema-mundo global y una regionalización de la organización político-económica. Tal vez, durante un cierto tiempo algún Estado prevalezca (podría ser Rusia), pero no llegará a ser hegemónico en el sentido de aprovechar los flujos mundiales de capital y de proyectar su cultura y valores.

Si la capacidad de EEUU para mantener su situación de privilegio ya es insuficiente hoy en día, conforme la energía sea más inaccesible esto se acrecentará: el control militar de las regiones geoestratégicas será cada vez más costoso, la articulación global de la reproducción del capital se irá desmontando y la capacidad de proyectar una cultura hegemónica también.

En una primera fase, se pasará de potencias globales a regionales con débiles lazos globales. Configurarán bloques más pequeños con sus Centros y Periferias. Ya hay tendencias en ese sentido (UE, EEUU de Trump). Entre otros cambios, esto generará el fin de los organismos de gobernanza mundial (FMI, OMC, ONU). No creemos que sobreviva ninguno (al menos con alguna capacidad real), pues el foco pasará de lo global a lo regional y el escenario será de enfrentamiento creciente. De salvarse algo, serían algunos acuerdos en elementos de imposible abordaje por separado, pero de importancia central, como el cambio climático.

En el marco que se va a abrir, las diferencias territoriales, climáticas y de recursos, que se habían diluido con la llegada del capitalismo, y sobre todo de los combustibles fósiles, volverán a cobrar un papel preponderante para marcar qué poblaciones tendrán más capacidad para sostener la complejidad. De este modo, la profundización de la Crisis Global se manifestará de manera desigual en el mundo.

(...)

Capitalismos regionales en guerra

Durante la segunda mitad del siglo XX, se produjo un descenso del porcentaje de la población que fallecía en conflictos bélicos. Además, no se apreció una relación clara entre escasez de recursos y conflictividad, probablemente porque esta escasez era “relativa”, “salvable” por el mercado. Sin embargo, la escasez se va a tornar “absoluta”, lo que en muchos casos será gestionado (sobre todo desde el poder) en base a la apropiación, lo que incrementará los conflictos violentos, como había sucedido durante la época de los Estados agrarios. Creemos que entraremos en escenarios de guerras abiertas por los recursos. Por una parte, porque el proteccionismo energético y la guerra serán los medios más “fáciles” para conseguir energía (vimos como las inversiones en energías convencionales y alternativas tendrán serios problemas y los Estados dispondrán de menor capacidad financiera).

A esto se añadirá un mundo cada vez más multipolar. Cuando quiebre el actual capitalismo global, lo más probable es que se creen distintos bloques regionales (grosso modo, los Estados del G-20 o agrupaciones regionales dentro de él), que sigan funcionando bajo la lógica capitalista, aunque condicionada por las nuevas circunstancias. Esto ya está aconteciendo de alguna forma: UE, UNASUR, TLCAN, CEI, etc. En un escenario así, más actores desafiarán los intereses de EEUU y de otras potencias, y serán más fáciles los conflictos bélicos. Todo ello aderezado con problemas para alimentar a la población, con considerables flujos migratorios y con fuertes desequilibrios regionales planetarios (internos y externos). A este aumento de la conflictividad no escapará casi ningún lugar del globo, tanto por las implicaciones de la crisis global, como por las incursiones de grupos organizados por la desesperación y/o la ambición.

Estas guerras podrán ser de distintos tipos: i) entre las principales potencias; ii) entre Estados poderosos y otros más empobrecidos, pero con recursos apetecibles; iii) entre países limítrofes por sus recursos respectivos y iv) guerras civiles por el control de los recursos a nivel interno.

El enfrentamiento abierto entre los grandes bloques no es la opción que prefieren las grandes corporaciones, pues saben que solo puede acelerar el colapso del capitalismo globalizado y financierizado. Este capitalismo no resistiría una guerra mundial por los recursos por el parón que supondría al mercado mundial, porque el precio del petróleo se dispararía, por el importante desperdicio de recursos y energía que implicaría en un contexto en el que no habrá posible reconstrucción de mucho de lo destruido, o porque muchos Estados clave (Arabia Saudí) podrían desestabilizarse completamente y comprometer aún más el suministro de crudo. Además, tampoco es la opción por la que apostarán los movimientos sociales, ya que situará la posibilidad de una transición liberadora más lejos, cercenará las opciones de colaboración internacional para afrontar desafíos como el cambio climático y, por supuesto, porque quienes cargarán con los costes humanos de la guerra serán las clases populares.

A pesar de ello, creemos que los principales actores estatales mundiales, aparte de una creciente competencia no reglada, pueden llegar a la guerra abierta por los recursos y al establecimiento por la fuerza de áreas de influencia. Una repetición de la rivalidad interimperialista de principios del siglo XX, que llevó a dos guerras mundiales en la anterior fase de caos sistémico. Recordemos que en esas contiendas el control de recursos básicos, empezando por el petróleo, fue clave. Estas nuevas guerras serán necesariamente distintas, pues estarán condicionadas por el paso de una sociedad industrial global a capitalismos de Estado regionales. Además, probablemente no habrá una nueva potencia hegemónica que pueda tomar el relevo a EEUU a nivel global.

Estos contendientes tienen un gran arsenal de armas de destrucción masiva (nucleares, químicas, bacteriológicas), del que podrán hacer uso, aunque es poco probable que esto ocurra contra adversarios que también los tengan, como viene sucediendo desde la I Guerra Mundial. Además, es un armamento de utilidad limitada si se pretende el control del territorio, algo que será cada vez más central.

Serán más frecuentes los enfrentamientos indirectos entre las potencias, como fue la tónica de la Guerra Fría y de la Pax Britannica. Los principales Estados apoyarán a sus grupos o Estados aliados en las guerras civiles, conflictos entre países periféricos o entre periféricos y centrales. Fruto de estos enfrentamientos indirectos, se crearán zonas grises en disputa, donde ningún bloque haya sido capaz de establecer una proyección de soberanía completa. El Suroeste Asiático será una de ellas, donde la posición de Israel cada vez será más insostenible. Estas zonas grises probablemente aumentarán conforme la fuerza militar se vaya debilitando.

El conflicto que estalló en Ucrania en 2013 y se recrudeció en 2014 puede ser un buen ejemplo de estos enfrentamientos indirectos. Para entenderlo, hay que juntar una amalgama de factores: i) Los intentos de Rusia, por un lado, y la UE y EEUU por otro (aunque no totalmente coincidentes) de tener a la potencia centroeuropea en una posición de subordinación a sus intereses. En el caso de EEUU, pesa el intento de ampliar su área de influencia hasta la frontera rusa. En el de Rusia, además de los geopolíticos, también hay factores internos, como buscar la legitimidad del régimen en un contexto de débil crecimiento. ii) Ucrania es una puerta crucial en el transporte de los hidrocarburos de Rusia y de las regiones del mar Caspio y de Asia central. iii) Tiene un suelo de gran fertilidad. iv) Posee importantes reservas de carbón y de gas de roca poco porosa. v) El devenir histórico y cultural de las regiones occidental y oriental del país. Estas diferencias han estado condicionadas también por las políticas económicas de corte neoliberal, que han polarizado y empobrecido más a la población. Por supuesto, también resulta crucial el quehacer de distintas organizaciones sociales desde la caída de la URSS, con momentos de especial intensidad como la Revolución Naranja y la actual. vi) Antes de que estallase el conflicto de 2013-2014, el alza de los alimentos y el colapso soviético implicaron un empobrecimiento general del país pero, sobre todo, de la población urbana. vii) A esto se suma que Ucrania es un importador neto de energía. El precio del gas ruso casi se ha cuadruplicado desde 2004, lo que ha supuesto un factor adicional que ha empujado la inflación y el empobrecimiento de la sociedad. Otro ejemplo podría ser Venezuela, donde la multiplicidad de factores y la importancia geoestratégica no es menor.

Además de esta gran conflictividad, se producirá probablemente una enorme proliferación de conflictos de “baja intensidad”. Estas guerras ya están en ascenso hoy en día, sobre todo en los llamados “Estados fallidos” de las Periferias y en las zonas marginales de las grandes metrópolis. El número de “Estados fallidos” en el mundo se incrementará muy probablemente como resultado del conjunto de crisis que se verán abocadas a gestionar las estructuras estatales. Los Estados más recientes, menos consolidados, con realidades étnico-sociales más complejas y con menos recursos serán los que tengan más fácil sucumbir. También los que tengan recursos preciados, pero pocas posibilidades de defensa ante la rapiña de las potencias. Esa es la situación en muchos territorios de África Subsahariana.

Los ejércitos modernos son fuertemente petrodependientes, sobre todo para el transporte. Por ello, los grupos sociales o Estados que tengan más reservas de crudo tendrán una importante ventaja en una primera fase. Conforme los países vayan dejando de exportar combustibles fósiles, las desigualdades energéticas en el planeta aumentarán y, con ellas, las de las fuerzas militares. Pero esto será solo en la primera etapa, pues en el control del territorio, que será clave, hará falta el cuerpo a cuerpo que iguala las fuerzas (como le pasó a EEUU en Irak). Además, fuertes expansiones militares harán que la energía neta disponible de quienes tomen esta opción baje más rápido (más consumo energético, más territorio que gestionar), lo que ayudará a que las fuerzas se igualen. En definitiva, aunque el sector militar sea uno de los últimos a los que le escaseará el petróleo, esto ocurrirá, sobre todo si el enfrentamiento se generaliza. Como habrá recursos declinantes para la guerra, es probable que se recurra de nuevo a la conscripción obligatoria. En este contexto, lo energéticamente más rentable serán las guerras de saqueo, no las de conquista, pero lo que se pueda conseguir en ellas será relativamente poco y habrá que dejar tiempo entre saqueo y saqueo para que se pueda volver a acumular algo.

La restricción al acceso al petróleo en absoluto implicará que se acabe la violencia, pues hay un sinfín de armas capaces de generar un gran desastre social, como de hecho está ocurriendo en todos los conflictos de “baja intensidad” (Colombia, México) o de no tan “baja” (genocidio de Ruanda). La mezcla de menos energía, menos tecnología y menos dinero para la guerra puede volver las conflagraciones más brutales, que se acorte la distancia entre los/as contendientes y la muerte deje de ser un “videojuego” (para algunos/as), para volver a suceder en directo. Además, en las guerras por los recursos se buscará el control de los territorios, no de las poblaciones, pues el escenario será de superpoblación. Esto las convierte en potencialmente más genocidas, pues quienes habiten estas zonas “sobrarán”. Durante el capitalismo fosilista había mucha energía disponible, incluso para mantener a una parte de la población mundial “excedentaria” para el sistema. Esto no será así durante la fase de colapso. Esta brutalidad tendrá fuertes implicaciones emocionales, psicológicas y sociológicas, que dificultarán la eclosión de sociedades ecomunitarias al reforzar las relaciones de dominación, como ya ocurrió con el surgimiento de la guerra. Lo que probablemente mengüe es la destrucción de infraestructuras como resultado de armas menos potentes.

Sin embargo, aunque el escenario bélico es el más probable, no es el único posible. El cambio climático o las restricciones materiales y energéticas aumentarán las tensiones, pero las decisiones serán humanas y dependerán de los órdenes sociales, no serán una consecuencia directa del contexto ambiental. La forma de gestionar estas tensiones no pasa inevitablemente por la guerra, como ejemplifica la historia de la humanidad reciente (Primavera Árabe, revueltas en Argentina de 2001) y lejana.

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