Es un tabú dentro del consenso progresista-izquierda cuestionar la legalización de las drogas. En esta entrada, con ayuda de una amiga, voy a explicar por qué legalizar no es la salida.
Cultura vs contracultura
En los 1960s, cuando la moral dominante era sobria, moderada y conservadora, promover el exceso y la rebeldía individual contra todas las normas sociales era "contracultura". Hoy que la moral dominante es hedonista, super-sexualizada, y "rebelde" (siempre que implique consumo), quienes arrastran la moral de la contracultura de los 60s/70s no están siendo para nada disruptivos: Están reforzando desde abajo lo que propone el mismo sistema desde arriba. La cultura del reviente con su "está todo bien, vieja, no te hagás drama" es totalmente compatible con la actual moral consumista del sistema. El consumo hedonista de lo que sea (sustancias psico-activas, comida, experiencias "extremas") ofrece válvulas de escape (que generan lucro empresarial) para las frustraciones individuales y promueve una actitud de no problematizar nada que sea social (en cambio los dramas personales y el chisme ocupan toda la atención).
¿Quiénes están capitalizando políticamente el descontento con la cultura del reviente actual? La derecha reaccionaria que propone volver a la moral dominante en el siglo pasado, ofreciendo comunidad a las familias preocupadas por lo que pasa a su alrededor, y "salvación" a quienes tocaron fondo. Ejemplo de esto último son las iglesias evangélicas que militan en las cárceles y cuyo resultado son ex drogadictos que cambiaron a la falopa por Jesús (ver
aquí, y
aquí).
¿Y la izquierda?
Una parte importante de la izquierda, sea por arrastrar la contracultura rebelde del siglo XX o de puro populista nomás, propone la legalización de las drogas sin problematizar el consumo. Lo hacen adhiriendo a una visión liberal de los individuos como actores racionales que siempre saben lo que es mejor para ellos y que tienen que ser "dejados en paz" por el Estado y la moral ajena. Esta es una capitulación al individualismo burgués que deja afuera a la salud pública y a la dimensión social de la libertad. Esta posición "libertaria" irresponsable es complementaria y funcional a la prohibicionista. El dúo legalización/prohibicionismo propone un binarismo que, como todo binarismo, no permite que el pensamiento alcance la complejidad adecuada a la realidad que se quiere comprender.
También existe una izquierda que va a contramano del resto con una versión "revolucionaria" de la moral conservadora. Su discurso se puede reducir en esto: las drogas son un azote para las clases oprimidas y un obstáculo para "hacer la revolución". Esto empalma con el catecismo de antiguos socialistas y anarquistas, que veían que tanto la iglesia como la taberna eran refugios de la terrible realidad del capitalismo y le quitaban tiempo y esfuerzo a la revolución social (Bakunin). La famosa frase de Marx sobre la religión como "el opio de los pueblos" estaba guiada por una ansiedad iluminista de quitar, mediante la crítica,
"las flores" que adornaban a "las cadenas" para que éstas sean vistas desnudas, lo que cual supuestamente estimularía la lucha por destruirlas. El tema es que todo este catecismo revolucionario viene de una época donde se sabía muy poco de la complejidad de la psique humana y se concebía a las personas según dualismos tales como cuerpo/alma, pasión/razón y bestia/humano.
Ante el binarismo prohibición/legalización: regulación
En este tema en particular, y diría que en todos los temas humanos en general, necesitamos una amplia perspectiva histórica, informada científicamente y que aprenda de los errores. Cuando la tenemos disponible, hay que aprovecharla.
Lo que nos dice la perspectiva histórica es que la relación del ser humano con sustancias psicoactivas viene desde hace milenios. El consumo de estas sustancias se ha realizado por una gran diversidad de motivaciones: desde las religiosas hasta las recreativas, pasando por las medicinales, el afianzar relaciones grupales o amistades, la búsqueda espiritual personal y la simple curiosidad.
Teniendo en cuenta este pasado, la posición prohibicionista pierde su sensatez. Ahora, la posición de legalizar absolutamente cualquier sustancia y confiar en la responsabilidad del individuo tampoco es muy sensata que digamos, porque no tiene en cuenta que la estructura social presente es cualquier cosa menos sana y segura. La posición de la legalización tiene mucha razón en criticar el fracaso de la prohibición, pero la posición prohibicionista tiene mucha razón en preocuparse por las consecuencias de la legalización.
Ante esto, la propuesta más sensata que he escuchado es la regulacionista. Esto significa legalizar ciertos usos de ciertas sustancias en ciertas circunstancias, previniendo el consumo problemático con educación y contención, asistiendo a la persona adicta y a su entorno con un enfoque psico-social, y poniendo en pie dispositivos de control de daños. Algo parecido a como se hace hoy (o se debería hacer, porque no se cumple del todo) con el alcohol. El consumo de alcohol es permitido sólo para mayores de edad, está prohibido que alguien que bebió maneje (y si sucede un siniestro estar alcoholizado es un agravante), hay una veda alcohólica en días electorales, hay protocolos de control de daños y dispositivos de contención a la persona alcohólica y su familia (que hay que luchar para que se cumplan).
Pero cuidado con las ilusiones reformistas
El libro
Un libro sobre drogas que editó
El gato y la caja es muy bueno por la información científica que provee. Se puede leer
gratis online. Presenta muy buenos argumentos contra el prohibicionismo y aboga por políticas públicas basadas en evidencia científica.
Sin embargo, el libro no hace preguntas sobre a quién beneficia la situación prohibicionista actual. Podemos citar dos sectores bastante obvios: beneficia a farmaceúticas que venden drogas competidoras y beneficia a un aparato judicial-represivo-carcelario que justifica su existencia (ver aquí). El mismo sistema que hace negocio con el narcotráfico, hace negocio con la "guerra contra las drogas". El mismo sistema que persigue a las sustancias ilegalizadas por su daño a la sociedad, tolera a las sustancias legalizadas (tabaco, alcohol) involucradas en muchísimo más daño. La regulación arruina el negocio de varios capitales y gobiernos.
Las enormes ganancias del narcotráfico han dado lugar a una burguesía gangster con múltiples lazos con la burguesía "respetable". La narco-burguesía ha cobrado tanta importancia en países como Colombia y México que ha transformado la estructura de poder en estas sociedades, dando lugar a los
narcoestados y
narcoeconomías (ver
aquí). Este es otro sector que tendría mucho que perder con una regulación.
Con la presión política suficiente en el momento correcto quizás se logre que algunos Estados tengan una política "más basada en evidencia" respecto a las drogas. Pero la tendencia general del sistema capitalista es priorizar la acumulación de capital por encima de cualquier otra cosa, sea el ambiente o la salud pública, y esta tendencia se traslada con muchísima fuerza al sistema político. Además hay que sumarle que la clase política tiene sus propios intereses corporativos y egoístas. Quienes quieren llevar la evidencia científica a las políticas públicas, deberían tomar esto en cuenta para moderar sus esperanzas y diseñar una estrategia que tenga estas cosas en cuenta (sobre todo si van a ser consistentes con lo de basar políticas en evidencia).
La lucha por regular las drogas y poner en pie sistemas de prevención, contención, control de daños no sólo será una lucha contra sectores sociales "conservadores", "con prejuicios", "mal informados", como suele pensar el reformismo educacionista. Será una lucha contra los intereses capitalistas farmacéuticos y del narco y contra los intereses propios de la clase política, que siempre realiza el cálculo de costo/beneficio para sí misma a la hora de tomar posición sobre un tema socialmente "candente".
Hicieron falta años de lucha para legalizar el uso medicinal del cannabis, y eso que hablamos de un uso para la salud acompañado de testimonios de familias que apelaban a la sensibilidad y causaban empatía (¿quién no haría todo lo que está a su alcance para reducir el sufrimiento de un hijo?). Será mucho más difícil crear empatía alrededor del uso recreativo o incluso el uso espiritual con el estigma social reinante sobre el adicto.
Conclusión
El prohibicionismo es un evidente fracaso a nivel humanitario y sus máximos beneficiarios no son las familias trabajadoras sino sectores capitalistas.
Las posiciones ideológicas liberales a favor de la legalización ("es mi cuerpo y hago lo que quiero", "el Estado no se tiene que meter") son extremadamente irresponsables y favorecen la reacción de conservar el actual prohibicionismo.
Este debate necesita incorporar una concepción integral de la salud, específicamente la salud mental (todavía marginada), y una visión realista de la naturaleza humana, con una perspectiva histórica del consumo de sustancias y evidencia científica para la prevención y el control de daños.
La posición regulacionista es la más consistente con estas necesidades.
Me alegra haber sido parte de este escrito, q como todos tus escritos gozan de una gran capacidad de síntesis y abarcan la mayoría de las aristas de la temática.
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