Por una relación más sana con el miedo



“No debo tener miedo. El miedo es el asesino de la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre y a través de mí. Y cuando haya pasado giraré mi ojo interior para examinar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo yo permaneceré.”

Esta es la Letanía contra el miedo. Su autor es Frank Herbert, y la ideó para sus novelas de la saga Dune, la mejor saga de ciencia ficción en lo que a mí respecta (más que Fundación).

Aunque me parecen unas buenas palabras para situaciones donde el miedo amenaza con desbordarnos, el miedo es una característica evolutiva de nuestra especie que tiene su utilidad y su lugar. El miedo es un sistema de alerta para reaccionar frente a un peligro real, mucho más rápido que si lo hiciéramos racionalmente.

La cuestión es que la amígdala del cerebro, la glándula que activa el stress y la contracción de los músculos para la huída o la pelea, no distingue entre un peligro real y un peligro imaginario.

Esto ha sido aprovechado en las relaciones sociales, ya sea de individuo a individuo o a escalas más grandes, para condicionar el comportamiento ajeno. El miedo puede llevarnos a no actuar cuando debemos hacerlo, o a actuar (más bien, reaccionar) de una manera exagerada.

El objetivo de nunca tener miedo no me parece ni posible ni deseable. El de vivir con miedo, menos aún. Si personalizo al miedo, se me ocurre esto: es un amigo de toda la vida al que tratar con una respetuosa distancia, escuchándole siempre pero tratando de sopesar si el peligro del que nos alerta es real o imaginario, y si es real, si es tan grave como él dice.

Para terminar, les dejo una frase que quizás reconozcan quienes crecieron con esos hermosos libros de Elige tu propia aventura:

Teme con prudencia.

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