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Por qué nos tienen que importar los bosques nativos

 


Por qué nos tienen que importar los bosques nativos

Rubén Tala

La crisis ambiental como crisis civilizatoria

La civilización capitalista industrial, especialmente desde el uso intensivo de los combustibles fósiles, ha transformado la manera en que los seres humanos experimentamos nuestra relación con el planeta.

Las anteriores civilizaciones dominadoras, al depender del dominio sobre la tierra y del control de seres humanos y animales como fuerza de trabajo y vectores de energía, seguían siendo fundamentalmente sociedades agrarias. Gran parte de la población debía dedicarse a la agricultura y su trabajo cotidiano con la tierra le recordaba que dependía de los ciclos naturales para sobrevivir[i].

Esto cambió a partir de la revolución industrial y la hegemonía del capitalismo. El flujo constante de energía que aportaron los combustibles fósiles (empezando por el carbón) + la transición de una sociedad agraria a una sociedad urbano-céntrica e industrial desconectaron a gran parte de la población de los ciclos naturales, de los cuales seguimos dependiendo pero pareciera que no. Esto se profundizó en el siglo XX cuando el principal combustible fósil pasó a ser el petróleo. La implementación de maquinaria y de fertilizantes de la industria petroquímica han ocasionado que solo una fracción minoritaria de la población deba dedicarse a la agricultura, que se ha transformado en otra especialidad más. La agricultura industrial del capitalismo fósil no suele respetar ni querer esperar a los ciclos naturales, sino acelerarlos o inclusive dejar de depender de ellos. Sus consecuencias: sobreexplotación del suelo, llevando a su empobrecimiento en nutrientes; mayor contaminación de la que el territorio es capaz de degradar; desmonte de bosque nativo y pérdida de sus servicios ambientales (concepto que desarrollo más adelante); importante contribución al cambio climático con la emisión de metano y óxido nitroso. HOY hay que producir (ganancias), las consecuencias ambientales serán problema del mañana.

La vida en las ciudades tampoco ayuda a conectar con la naturaleza. El flujo constante de energía a las ciudades vía gasificación y electrificación permite que la vida nocturna sea tan activa como la vida diurna. Si el día es soleado, mejor, pero si no, prendemos un interruptor. Obviamente esas horas extra de vigilia han sido aprovechadas por el capitalismo, tanto el productivo como el del entretenimiento. Respetar un ciclo tan elemental como el del día y la noche ha pasado a ser deseable para una vida sana, pero opcional.

Muchas de las urbanizaciones no son planificadas y, si lo son, los factores geomorfológicos y climáticos tienen una importancia marginal. Total la consecuencia de inundaciones o escasez de agua potable la sufrirán quienes vivan allí, no la empresa constructora ni los profesionales y funcionarios que diseñaron y aprobaron la construcción. Si esos desastres llegan a ocurrir, se culpará al gobernante por “falta de obras” y el gobernante a su vez culpará al clima o a quien sea.

La disponibilidad abundante de energía en las viviendas lleva a que, a menos que vivamos en viviendas muy precarias, nos resulte indiferente qué clima hay “afuera”. También lo solucionamos con activar un interruptor. Las estaciones del año pasan a ser datos más importantes para la agenda familiar y laboral (vacaciones, receso escolar) que para nuestro suministro de alimentos. En el otoño tenemos hojas para barrer del piso y en primavera podemos deleitarnos con las flores.

Los habitantes de prácticamente todas las ciudades del mundo podemos comer bananas todo el año aunque no estemos en el paralelo donde se producen, ya que el transporte barato y las cadenas de frío han hecho posible que la alimentación también sea globalizada.

Es esta vivencia cotidiana, más que los dispositivos de dominación ideológica, la que nos lleva a pensar que la naturaleza es algo allá afuera de las ciudades y que vivimos independientemente de ella (o casi). Si estamos en el campo, la naturaleza es algo que podemos hacer funcionar a nuestro servicio, lo quiera o no. Incluso la ética que suele guiar la actividad científica desde Bacon, trata a la naturaleza como un objeto cuyos secretos pueden y deben ser arrancados para beneficio humano. Si hay una aplicación para el concepto de alienación, es ésta. Combatir este dualismo humanos/naturaleza es esencial para cualquier cambio civilizatorio serio. Un socialismo industrialista que mantenga este dualismo será un enemigo de la supervivencia humana en este planeta igual que lo es el actual capitalismo fósil. Ya existe abundante bibliografía que analiza los dualismos de la modernidad. El dualismo humanos/naturaleza es uno de los fundamentales a desafiar en la práctica y en la teoría. La mejor herramienta para la lucha teórica contra este dualismo se llama Educación Ambiental.

Las fortalezas y los límites de la Educación Ambiental (EA)

La EA es un campo de conocimiento y de praxis que se ha ido desarrollando a partir y en paralelo a la crisis ambiental, entendiéndola como crisis civilizatoria. Una de sus muchas definiciones: “proceso permanente de carácter interdisciplinario, destinado a la formación, cuyas principales características son el reconocimiento de los valores, desarrollo de conceptos, habilidades y actitudes necesarias para una convivencia armónica entre seres humanos, su cultura y su medio biofísico circundante.”[ii]

La EA se caracteriza por una visión integral, sistémica, holista, procesual y compleja. No le queda otra, ya que tiene que integrar todo lo que sabemos de las ciencias naturales, considerando a la Tierra como un sistema, conservando la visión del conjunto e histórica, y la conciencia de que los sistemas naturales, así como las sociedades humanas dentro de ellos, tienen respuestas no-lineales. Además de todo esto tiene que demostrar que su propio método supera los dualismos que critica como funcionales a la crisis ambiental-civilizatoria.

No es ningún secreto que el dualismo humanidad/naturaleza lubrica el trato de la naturaleza como un “otro” al cual dominar. Esto es similar a los dualismos presentes en casi toda forma de dominación. Racismo: blanco/negro, colonialismo: civilizado/bárbaro, xenofobia: nacional/extranjero, machismo: hombre/mujer, salarial: patrón/empleado, estatal: gobernante/gobernado, etc.

Este dualismo entre humanidad y naturaleza (o sociedad/naturaleza, cultura/naturaleza) es, además de falso, particularmente trágico en sus consecuencias. Porque la naturaleza no es algo que está solo alrededor de nuestras sociedades y de nuestros cuerpos: los atraviesa, los incluye. Toda la especie humana y sus sociedades, por más “artificiales” que sean, son un subsistema del Sistema Tierra. Somos naturaleza, y todo lo que hagamos sucede dentro de la naturaleza, lo queramos o no, lo sepamos o no[iii].

Pero si llegamos hasta acá no es por “falta de educación ambiental” sino fundamentalmente por nuestra organización social alienante. Así como la Educación Sexual Integral es una política que tenemos que apoyar y ampliar pues desafía los estereotipos y la ignorancia que son funcionales a la violencia machista, a la EA hay que apoyarla pues promueve un mejor modelo mental para determinar cuáles interacciones entre sociedades y ecosistemas son sostenibles y cuáles no.

La EA puede ser “formal (se imparte dentro del sistema público y privado de educación), no formal (prácticas estructuradas y con objetivos definidos, pero no tiene carácter escolar) e informal (se promueve sin mediación pedagógica explícita)”. El potencial subversivo de la EA se ve en las luchas socio-ambientales que han promovido en sus activistas y en su comunicación pública los argumentos científicos para luchar contra tal o cual emprendimiento con consecuencias ambientales negativas. Vecinos comunes han dejado en ridículo o sin respuesta a funcionarios acostumbrados a una superioridad intelectual sobre las masas. Nos da formación y argumentos para discutir de igual a igual con quienes por lo general llevan la ventaja intelectualmente. Nos da confianza en que estamos en lo cierto, refuerza nuestras convicciones sobre la justicia y la necesidad de nuestra lucha. Por ello los títulos siguientes se dedican a armarnos con nociones y argumentos para la lucha socio-ambiental en general y en defensa de los bosques nativos en particular.

La importancia de la noción “bienes comunes”

Se la llama bienes comunes a aquellos que benefician a toda una comunidad y son de acceso universal e irrestricto. Algunos ejemplos de bienes comunes son el medio ambiente o los recursos hidrobiológicos (peces, algas y otros). También se puede considerar un bien común al conocimiento que los seres humanos nos transmitimos de generación en generación. Los sistemas sociales humanos pueden tratar a esos bienes comunes como tales o no. El capitalismo ha intentado privatizar o estatizar (otra manera de privatizar) esos bienes comunes, con éxitos limitados[iv].

Desde hace un tiempo hay un esfuerzo por cambiar el imaginario que ha reducido a los ecosistemas a “recursos naturales”, que por lo tanto pueden ser explotados, principalmente de manera capitalista. La noción de bienes comunes forma parte de ese esfuerzo.

Desde el antropocentrismo “occidental y cristiano”, como el expresado en el primer capítulo del Génesis[v], el planeta es una propiedad privada de la especie humana, y con una propiedad privada, salvo que el Estado diga otra cosa, se puede hacer lo que uno quiera. Incluso destruirla o usarla hasta que no quede nada para otros miembros de la comunidad y/o futuras generaciones.

La noción de bienes comunes conduce a otra actitud, donde en vez de propietarios que podemos hacer con nuestro bien privado lo que queramos, quienes estamos vivos hoy somos administradores responsables de un bien que nos fue legado por generaciones anteriores y le debe ser legado a generaciones posteriores.

Pero además, y esto es estratégico desde una perspectiva comunista, la noción de bien común es incompatible con la lógica del capital, que tiende a privatizar y mercantilizar para lograr el mayor lucro aquí y ahora (lo que identifican como progreso). Es otro punto de ataque al sistema capitalista.

Cuando se nos tilda de oponernos al progreso hay algo de razón: nos oponemos a este avance capitalista que impacta negativamente en el bien común ambiente.

La importancia de la noción “servicios ambientales”

Los servicios ambientales de los ecosistemas, también llamados servicios ecosistémicos, son bienes comunes. El antropocentrismo aquí está en nombrar como “servicios” a los procesos de los ecosistemas que benefician a los seres humanos. En realidad los ecosistemas tienen estos procesos independientemente de si benefician a los humanos o no. Por ejemplo, uno de los procesos de los ecosistemas es producir oxígeno, y resulta que nos beneficiamos de ello porque somos animales que respiramos oxígeno. Por eso podemos decir que la producción de oxígeno es un servicio ambiental.

La noción de los servicios ambientales no tiene la desventaja del conservacionismo clásico que romantiza a la naturaleza como un Edén prohibido para los humanos. También se aleja de aquella misantropía según la cual el planeta estaría mejor sin nosotrxs. Al hacer de estos procesos ecosistémicos un bien común que necesitamos para vivir, y que las próximas generaciones también necesitarán para vivir, se justifica el argumento de su preservación desde las necesidades humanas actuales y futuras, por encima de cualquier interés privado.

Esto lleva a una situación más ventajosa para discutir contra el progreso capitalista. Ese ecosistema que es “puro monte” resulta improductivo para empresarios y gobiernos, porque podría ser una urbanización o tierra para la agricultura, la ganadería o la minería: podría generar ganancia. Pero a las necesidades del capital se les oponen las necesidades de la vida. Ese monte produce servicios ecosistémicos que benefician a tal y tal comunidad, y si se lo desmontara esos servicios se perderían. No es que este emprendimiento nos ofrece desarrollo y lo rechazamos, lo rechazamos porque amenaza nuestro desarrollo como formas de vida y podemos demostrarlo científicamente (y además, tristemente, también históricamente).

Desde las necesidades de la vida estos ecosistemas ya son productivos. Producen servicios ambientales que todos aprovechamos. Son las fuerzas productivas que la naturaleza ha desarrollado por miles de años. Y este sistema, que se ufana de haber multiplicado la productividad del trabajo, las está destruyendo y despilfarrando[vi].

En el título siguiente veremos aplicada la noción de servicios ambientales a los bosques nativos, que hace tiempo vienen siendo víctimas de depredación y destrucción, dramáticamente este año con los incendios intencionales con intereses capitalistas detrás.

Los servicios ambientales de los bosques nativos

Primero establecer que los bosques son una cosa, y las plantaciones forestales son otras. Un bosque es un ecosistema cuyo elemento más evidente son los árboles, pero no son los únicos. El pasto, las hierbas, el sotobosque, los arbustos y las enredaderas son parte complementaria de la vida vegetal, y además está toda la vida animal que habita debajo del suelo y encima de él. Para evitar esta confusión entre bosques y plantaciones de árboles es que se agrega el “nativos” al final de “bosques”.

¿Cuáles son los servicios ambientales de los bosques nativos? Varían según el ecosistema (bosque de altura, bosque serrano, bosque tropical…), pero principalmente: regulación del agua; conservación de la biodiversidad; preservación de suelos; fijación de nutrientes; belleza escénica; estabilidad  climática; conservación de ciclos biológicos; prevención y mitigación de inundaciones; patrimonio natural y cultural; provisión de madera, leña y carbón; plantas medicinales; semillas agrícolas y forestales; fijación de carbono; purificación del aire; entre muchos otros.

Imaginemos una ciudad que estuviera rodeada por un cordón montañoso cubierto de un bosque nativo. Además de los servicios mencionados arriba, ese bosque también proveería estos servicios a esa ciudad: prevenir escorrentías mediante la absorción del agua de lluvia; purificar el aire de la ciudad con la producción de oxígeno y la captura de partículas; mitigar el efecto de isla de calor; dar un bello paisaje visible para toda la ciudad.

Todos esos servicios ambientales se perderían si quienes gobiernan la ciudad y los propietarios de esos terrenos decidieran urbanizar la ladera de la montaña. La calidad de vida del conjunto de la población disminuiría, incluso la de quienes viven lejos del cordón montañoso. Es más: si ese paisaje se explota turísticamente, podemos fortalecer el consenso para proteger ese bosque incluso con argumentos económicos, que suelen ser el punto fuerte del progreso capitalista.

Conclusión

La importancia de conocer y difundir los servicios ambientales que nos dan estos ecosistemas es de prioridad política. Es importante saber lo que hemos perdido con cada incendio o desmonte. Es importante saber los beneficios que nos aportan los ecosistemas que tengamos cerca.

Los humedales también tienen importantes servicios ambientales y están amenazados por intereses capitalistas que los ven como obstáculos a su desarrollo.

La adhesión a causas socio-ambientales tiene que ir más allá de los amantes de la naturaleza y de las personas con formación científica. A la familia trabajadora, los gobiernos y las empresas buscarán convencerla del progreso que un emprendimiento traerá a su comunidad. Enfrentar las promesas de desarrollo y empleo con palabras bucólicas sobre los pajaritos y las flores es pelear con una mano atada a la espalda. Mejor que eso es plantearle a la familia trabajadora esta pregunta: ¿es un buen “negocio” perder esos servicios ambientales que no estás pagando ni vas a pagar por las migajas que te puedan llegar de este emprendimiento (y mientras dure)?

La noción de servicios ambientales nos da un argumento de defensa de los bienes comunes desde el autointerés, que va a ser más fuerte en la mayoría de personas que argumentos altruistas sobre la flora y la fauna o sobre las próximas generaciones.




Notas

[i] Esta conciencia no la solían tener, o la tenían solo de manera residual, las minorías dirigentes de estas sociedades. Estas dependían de la extracción de energía de territorios y de gente para acumular su poder y prestigio. Por ello varias de las sociedades dominadoras agrarias colapsaron, sea por sobrepoblación y/o abuso de los recursos naturales disponibles (lo que otras sociedades resolvieron con la expansión y la guerra).

[ii] Francisco Orgaz-Agüera. Educación ambiental: concepto, origen e importancia. El caso de República Dominicana.

[iii] Una vez nos damos cuenta de esto, vemos que “antinatural” es una palabra estúpida. No es casualidad que sea usada por muchos discursos de odio y/o justificadores del status quo.

[iv] El secreto de las luchas socio-ambientales no es otro que éste: sectores conscientes de la importancia de esos bienes comunes, amenazados o degradados por su consumo capitalista, luchan por preservarlos o restaurarlos. Esa lucha se lleva a cabo con distintos tipos de organización y conciencia. Desde la ONG conservacionista que siempre se maneja dentro de las instituciones hegemónicas y pone su confianza en un capitalismo verde hasta la asamblea en confrontación abierta con el Estado, que recurre a medidas de acción directa, y con apertura a perspectivas anticapitalistas.

[v] “Y creó Dios al hombre a su imagen; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer.”

[vi] Esta realidad es algo que los “productivistas” de todo pelaje harían bien en examinar, sobre todo aquellos que luchan y reflexionan en pos de superar este orden social. La fuerza de trabajo humana no es la única que se desperdicia en este sistema.

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