Mark Fisher anticipando la cultura de la cancelación

El siguiente artículo fue escrito por Mark Fisher el 22/11/2013 para el sitio The North Star. Mark Fisher (1968-2017) fue un escritor británico, agudo crítico musical y editor. Acuñó la idea de “realismo capitalista” para referir sagazmente a la creencia generalizada de que no es posible ya una alternativa al capitalismo, de allí que la asocie al fenómeno de la depresión masiva: “la pandemia de angustia mental que aflige nuestros tiempos no puede ser correctamente entendida, o curada, si es vista como un problema personal padecido por individuos dañados”. Su preocupación, claro está, siempre rondó la imperiosa necesidad de politizar los afectos.

Esta traducción que ofrecemos versa sobre un tema de lamentable actualidad: la influencia de algunas visiones posmodernas en la izquierda contemporánea que no sólo tienen el efecto reaccionario de desdibujar la noción de clase (y la posibilidad de una unidad política de todxs lxs oprimidxs) sino que han dado lugar a un perverso mecanismo inquisitorial que se expresa con fuerza en las redes sociales y en las organizaciones militantes. A esta cyber-inquisición, que tiene su relato en la vida real, Mark le llamó “El Castillo de los Vampiros”.

El link al original en inglés, aquí.

Que lo disfruten y, sobre todo, que les sea de utilidad.

R.T. y F. A.


Saliendo del Castillo de los Vampiros

Este verano consideré seriamente abandonar cualquier actividad política. Cansado por trabajar mucho, incapaz de cualquier actividad productiva, me encontré a la deriva por las redes sociales, sintiendo cómo aumentaban mi depresión y mi cansancio.

El Twitter “de izquierda” puede ser un lugar miserable y desalentador. Al principio de este año[i], hubo unas grandes batallas de Twitter, que particularmente consistieron en “escrachar”[ii] y condenar a figuras de izquierda. Lo que estas figuras dijeron a veces era cuestionable; pero aun así, la manera en que fueron personalmente maltratadas y acosadas dejó un horrible hedor a mala conciencia y a moralismo caza-brujas. La razón por la que no hablé antes de estos incidentes es, me da vergüenza admitirlo, el miedo. Los bullies estaban en otra parte del patio, y no quería atraer su atención hacia mí.

La brutalidad de estos intercambios fue acompañada por algo más penetrante, y por ello más debilitante: una atmósfera de resentimiento sarcástico. El objeto más frecuente de este resentimiento es Owen Jones, y los ataques hacia Jones -la persona más responsable de elevar la conciencia de clase en el Reino Unido en los últimos años- fueron una de las razones por las que estaba tan abatido. Si esto era lo que le pasaba a un izquierdista que está teniendo éxito en llevar la lucha al centro de la vida británica, ¿por qué iba alguien a emularlo y seguirlo al mainstream? ¿Acaso es necesario permanecer en una posición de marginalidad impotente para evitar recibir esta dosis de abuso?

Una de las cosas que me sacó de este estupor depresivo fue concurrir a la Asamblea del Pueblo en Ipswich, cerca de donde vivo. La Asamblea del Pueblo había sido recibida con burlas y sarcasmo. Se nos dijo que esto era una puesta en escena en la cual los izquierdistas de los medios, incluyendo a Jones, iban a agrandarse su ego en otra muestra verticalista de la cultura de famosos. Lo que realmente ocurrió en la Asamblea en Ipswich estaba muy lejos de esta caricatura. La primera mitad de la noche -culminando con un conmovedor discurso de Owen Jones- sí estuvo protagonizada por los principales oradores. Pero la segunda mitad del evento consistió en activistas de clase obrera de todo Suffolk hablando entre sí, apoyándose mutuamente, compartiendo experiencias y estrategias. Lejos de lo que acostumbra hacer la izquierda jerárquica, la Asamblea del Pueblo fue un ejemplo de cómo se puede combinar lo vertical con lo horizontal: el poder mediático y el carisma podían convocar a gente que nunca había estado en una reunión política, donde podían charlar y diseñar estrategias con activistas con experiencia. La atmósfera era anti-racista y anti-sexista, pero refrescante en su libertad de los típicos sentimientos paralizantes de culpa y sospecha que acechan el Twitter de izquierda como una niebla asfixiante.

También estaba Russell Brand. Hace tiempo que soy un admirador de Brand -uno de los pocos comediantes muy conocidos de la escena actual que viene de la clase obrera.

El día anterior en que la famosa entrevista de Brand con Jeremy Paxman fuera transmitida en Newsnight[iii], yo había visto el stand-up de Brand en Ipswich: “El complejo de Mesías”. El espectáculo fue desafiantemente pro-inmigrante, pro-comunista, anti-homofóbico, lleno de inteligencia de clase obrera y sin miedo de mostrarla, y queer de la manera en que la cultura popular solía ser (nada que ver con el pietismo identitario que nos tiran encima los moralistas de la “izquierda” post-estructuralista). Malcolm X, el Che, la política como un desmantelamiento psicodélico de la realidad existente: todo esto presentaba al comunismo como algo genial, sexy y proletario, en vez de ser un sermón.

A la noche siguiente estaba claro que la presencia de Brand produjo un momento divisivo. Para algunos de nosotros, la manera en que Brand barrió el piso con Paxman fue muy emocionante, milagrosa; no podía recordar la última vez que una persona de origen obrero tuvo la oportunidad de destrozar a un “superior” de clase valiéndose de su razón e inteligencia. Cuando Johnny Rotten insultó a Bill Grundy confirmó los estereotipos de clase en vez de desafiarlos. Brand demostró ser más listo que Paxman – y el uso del humor fue lo que distinguía a Brand del estilo austero de tanta izquierda. Brand logra que la gente se sienta bien sobre sí misma; la izquierda moralista se especializa en que la gente se sienta mal, y no se queda contenta hasta que la gente está con sus cabezas gachas sintiendo culpa y autodesprecio.

La izquierda moralista rápidamente se aseguró que la historia no fuera acerca de la disrupción de Brand a las convenciones del “debate” en los medios masivos, tampoco acerca de su afirmación de que la revolución era inevitable. (Esta última afirmación fue interpretada por la “izquierda” pequeñoburguesa y narcisista como que Brand quería dirigir la revolución, a lo cual respondieron con el típico resentimiento: “no necesito que un famoso me dirija”). Para los moralistas, la historia dominante fue sobre la conducta personal de Brand -específicamente su sexismo. En la atmósfera macartista fermentada por la izquierda moralista, los comentarios que puedan ser interpretados como sexistas significan que Brand es un sexista, y de ahí que también es un misógino. Juzgado, condenado, ejecutado.

Es cierto que Brand, como cualquiera de nosotros, debe tomar responsabilidad por su conducta y por el lenguaje que usa. Pero estos cuestionamientos deberían tener lugar en una atmósfera de camaradería y solidaridad, y probablemente no en público en primera instancia -aunque cuando Brand fue cuestionado sobre su sexismo por Mehdi Hasan, demostró una humildad y un buen humor totalmente ausente en los rostros pétreos de quienes lo habían juzgado. “No creo ser sexista, pero recuerdo a mi abuela, la persona más amable que conocí, que era racista sin saberlo. No sé si tengo algún residuo cultural, sé que tengo un gran amor por la lingüística proletaria, como ‘querida’ y otras expresiones, así que si las mujeres piensan que soy sexista ellas están en una mejor posición que yo para juzgarlo, y me pondré a trabajar en eso.

La intervención de Brand no fue una campaña para ser dirigente de nada; fue una inspiración, un llamado a la acción. A mí por lo menos me inspiró. Si hubiera sucedido unos meses antes, me hubiera quedado callado mientras los moralistas de la izquierda sometían a Brand a sus juicios sumarios y difamaciones con “evidencia” generalmente obtenida de la prensa de derecha, siempre dispuesta a dar una mano. Esta vez estaba listo para enfrentarlos. La respuesta a lo que dijo Brand se convirtió rápidamente en algo tan importante como la misma entrevista con Paxman. Como señaló Laura Oldfield Ford, este fue un momento clarificador. Y una de las cosas que quedó clara para mí fue la manera en la cual, en los últimos años, gran parte de la pretendida “izquierda” había suprimido la cuestión de clase.

La conciencia de clase es frágil y fugaz. La pequeña burguesía que domina la academia y la industria cultural tiene todo tipo de métodos sutiles para prevenir que salga el tema. Y si el tema llega a salir, actúan como si plantearlo fuera una terrible impertinencia, una violación de la etiqueta. Desde hace años que hablo en eventos de izquierda y anticapitalistas, pero rara vez he mencionado -o me pidieron que hable- de la cuestión de clase en público.

Pero una vez que la clase reapareció, era imposible no verla en todos lados en la respuesta al asunto de Brand. Brand fue rápidamente juzgado y/o cuestionado por -al menos- tres personas de izquierda provenientes de la escuela privada. Otros nos dijeron que Brand no podía ser realmente de clase obrera por que es millonario. Es alarmante cómo muchos “izquierdistas” parecen acordar fundamentalmente con lo que estaba detrás de la pregunta de Paxman: “¿Qué autoridad tiene esta persona de clase obrera para hablar?”. También es alarmante, más bien angustiante, que parecen pensar que la gente de clase obrera debería permanecer en la pobreza, en la oscuridad y en la impotencia para permanecer “auténticos”.

¿Cómo seguimos? Primero hace falta identificar las características de los discursos y los deseos que nos han llevando a este lugar tan siniestro y desmoralizante, donde la clase desapareció pero el moralismo está por todas partes, donde la solidaridad es imposible pero la culpa y el miedo están omnipresentes y no porque nos aterrorice la derecha, sino porque hemos permitido que modos burgueses de subjetividad contaminen a nuestro movimiento. Creo que hay dos configuraciones libidinales-discursivas que nos han traído a esta situación. Se llaman a sí mismas de izquierda, pero -como quedó claro con este episodio en torno a Brand- hay muchas señales que la izquierda -definida como un agente en la lucha de clases- ha desaparecido.

Adentro del Castillo de los Vampiros

La primera de estas configuraciones es lo que yo llamo el Castillo de los Vampiros. El Castillo de los Vampiros se especializa en propagar culpa. Está potenciado por el deseo de un cura de excomulgar y condenar, el deseo de un académico pedante de ser el primero en ver un error, y el deseo de un hipster de ser parte de lo “in”. El peligro en atacar al Castillo de los Vampiros es que puede verse como que uno está atacando a las luchas contra el racismo, el sexismo y el heterosexismo –y ellos harán todo lo que puedan para reforzar este pensamiento. Pero, lejos de ser la única expresión legítima de esas luchas, el Castillo de los Vampiros es más bien una perversión liberal-burguesa y una apropiación de la energía de estos movimientos. El Castillo de los Vampiros nació cuando la lucha por no ser definido según las categorías identitarias se convirtió en la empresa por tener “identidades” reconocidas por el gran Otro burgués.

El privilegio del que gozo como hombre blanco consiste, en parte, en mi inconsciencia acerca de mi etnicidad y mi género, y es una experiencia reveladora el ser ocasionalmente consciente de estos puntos ciegos. Sin embargo, lejos de buscar un mundo donde todos sean libres de la clasificación identitaria, el Castillo de los Vampiros busca meter a la gente dentro de corrales identitarios, donde sean eternamente definidos en términos puestos por el poder dominante, debilitados por la auto-consciencia y aislados por una lógica de solipsismo que insiste que no podemos entendernos entre nosotros a menos que pertenezcamos al mismo grupo identitario.

He notado un fascinante mecanismo donde la mera mención de la clase es automáticamente tratada como si uno quisiera minimizar la importancia de la raza y el género. De hecho, lo que ocurre es lo contrario: es el Castillo de los Vampiros el que utiliza una comprensión en última instancia liberal de la raza y el género para eclipsar a la clase. En todas las absurdas y traumáticas discusiones de Twitter  a principios de este año fue notable la ausencia de la discusión del privilegio de clase. La tarea, como siempre, pasa por articular clase, género y raza -pero los cimientos del Castillo de los Vampiros pasan justamente por desarticular a la clase de las otras categorías.

El problema que el Castillo de los Vampiros quería solucionar es este: ¿cómo mantener un poder y una riqueza inmensos y al mismo tiempo aparecer como víctima, marginal, opositor? La solución ya existía en la Iglesia cristiana. El Castillo de los Vampiros pudo aprovechar todas las estrategias infernales, las patologías oscuras y los instrumentos de tortura psicológica que la Cristiandad ya había inventado, y que Nietzsche había descripto en su Genealogía de la Moral. Este sacerdocio de la mala conciencia, este nido de piadosos promotores de culpa, es exactamente lo que Nietzsche había predicho cuando dijo que algo peor que el cristianismo estaba llegando…

El Castillo de los Vampiros se alimenta de la energía y de las ansiedades y de las vulnerabilidades de jóvenes estudiantes, pero sobre todo vive de convertir el sufrimiento de grupos particulares -cuanto más “marginales” mejor- en capital académico. Las figuras más alabadas en el Castillo de los Vampiros son las que descubrieron un nuevo mercado del sufrimiento -aquellos que puedan encontrar a un grupo más oprimido y subyugado que aquellos grupos explotados previamente obtendrán un rápido ascenso en sus filas.

La primera ley del Castillo de los Vampiros es: individualizar y privatizar todo. En teoría dice estar a favor de la crítica estructural, pero en la práctica no se enfoca en nada más que la conducta individual. Algunos de estos laburantes no tienen una muy buena educación, y a veces pueden ser muy groseros. Recordemos: condenar a individuos es siempre más importante que prestar atención a las estructuras impersonales. La misma clase dominante propaga ideologías individualistas mientras tiende a actuar como una clase. (Muchas de las llamadas “conspiraciones” son muestras de solidaridad interna de la clase dominante). El Castillo de los Vampiros, como sirvientes inconscientes de la clase dominante, hace lo contrario: habla superficialmente de “solidaridad” y “colectividad”, pero actúa siempre como si las categorías individualistas impuestas por el poder fueran sostenibles. Como son pequeños burgueses hasta la médula, los miembros del Castillo de los Vampiros son intensamente competitivos, pero esto es reprimido de la manera pasivo-agresiva típica de la burguesía. Lo que los une no es la solidaridad, sino el temor mutuo -el miedo a ser el próximo en ser expulsado, expuesto, condenado.

La segunda ley del Castillo de los Vampiros es: hacer que el pensamiento y la acción parezcan muy, muy difíciles. No puede haber ninguna ligereza, y menos aún humor. El humor por definición no es serio, ¿no? Pensar es muy difícil para gente con acentos impostados y cejas fruncidas. Donde haya confianza, introducir escepticismo. Digamos cosas como “no hay que apurarse, tenemos que pensar más profundo sobre esto”. Recordemos: tener convicciones es opresivo, y puede llevar a que haya gulags.

La tercera ley del Castillo de los Vampiros es: propagar la mayor cantidad de culpa posible. Cuánta más culpa mejor. La gente se tiene que sentir mal: es una señal de que entienden lo grave que son las cosas. Está bien que tengas privilegios de clase con tal de que te sientas culpable acerca de ese privilegio y logres que otra gente de una clase subordinada también se sienta culpable. Total vos ya hacés cosas buenas por los pobres, ¿no?

La cuarta ley del Castillo de los Vampiros es: esencializar. A pesar que los miembros del Castillo de los Vampiros siempre afirman para sí mismos la fluidez de identidad, la pluralidad y la multiplicidad -en parte para cubrir su propio trasfondo de buen pasar económico, de privilegios y de asimilación al mundo burgués-, al enemigo siempre hay que esencializarlo. Dado que los deseos que animan al Castillo de los Vampiros son en gran parte los deseos propios del cura (excomulgar y condenar), tiene que haber una fuerte distinción entre el Bien y el Mal, con el último esencializado. Prestemos atención a la táctica. X hizo un comentario/se comportó de tal manera -este comentario/comportamiento puede ser interpretado como transfóbico, sexista, etc. Hasta ahí, todo bien. Pero la clave es el próximo paso: definir a X como un transfóbico/sexista, etc. Se define a toda su identidad por un comentario mal pensado o por una falla en la conducta. Una vez que el Castillo de los Vampiros ha construido su caso para la caza de brujas, a la víctima (generalmente proveniente de un trasfondo obrero, sin educación en el estilo pasivo-agresivo de la burguesía) se la puede provocar hasta que pierda el control, asegurando así su posición de paria, para más tarde ser tirado a las fieras.

La quinta ley del Castillo de los Vampiros: pensar como un/a liberal (porque lo sos). El trabajo del Castillo de los Vampiros de acumular continuamente reacciones de bronca consiste en señalar una y otra vez lo dolorosamente obvio: el capital se comporta como capital (¡qué poco amable!), los aparatos represivos del Estado son represores. ¡Hay que protestar!

Neo-anarquía en el RU

La segunda formación libidinal es el neo-anarquismo. Por neo-anarquistas no me refiero -que quede claro- a anarquistas o sindicalistas involucrados en organizaciones obreras, como la Federación Solidaridad. Me refiero más bien a quienes se identifican como anarquistas pero su participación en política consiste en protestas estudiantiles y ocupaciones, y comentar en Twitter. Al igual que los habitantes del Castillo de los Vampiros, los neo-anarquistas generalmente vienen de un entorno pequeñoburgués, o incluso más privilegiado todavía.

También se caracterizan por ser bastante jóvenes: en sus 20s o a lo sumo al principio de sus 30s, y lo que informa la posición neo-anarquista es su estrecho horizonte histórico. Los neo-anarquistas no han experimentado nada más que el realismo capitalista. En el momento en que los neo-anarquistas llegaron a la conciencia política -y muchos de ellos lo han hecho muy recientemente, por el nivel de pavoneo que suelen mostrar- el Partido Laborista se convirtió en una cáscara blairista, aplicando neo-liberalismo con una pizca de justicia social. Pero el problema con el neo-anarquismo es que se limita a reflejar inconscientemente este momento histórico sin ofrecer ninguna salida. Se olvida, o quizás directamente ignora, el papel que tuvo el Partido Laborista en nacionalizar grandes industrias y servicios y en fundar el Servicio Nacional de Salud. Los neo-anarquistas son capaces de afirmar cosas como “la política parlamentaria nunca cambió nada” o “el Partido Laborista nunca sirvió para nada” al mismo tiempo que van a protestas sobre el SNS, o que retwittean quejas sobre el desmantelamiento de los restos del Estado de Bienestar. Parece haber una regla implícita: está bien protestar contra lo que haga el parlamento, pero no está bien entrar al parlamento ni a los medios masivos para intentar lograr un cambio desde ahí. A los medios masivos hay que despreciarlos, pero hay que mirar Question Time de la BBC y luego quejarse en Twitter. El purismo se transforma en fatalismo; mejor alejarse todo lo posible de la corrupción del mainstream, mejor “resistir” inútilmente que arriesgarse a ensuciarse las manos.

No es sorprendente que muchos neo-anarquistas terminen deprimidos. Esta depresión es indudablemente reforzada por las ansiedades de la vida luego de la graduación, dado que, igual que el Castillo de los Vampiros, el neo-anarquismo tiene su hogar natural en las universidades, y generalmente lo propagan quienes están estudiando algún posgrado, o los recién graduados.

¿Qué hacer?

¿Por qué estas dos configuraciones están en primer plano?  La primera razón es que el capital las dejó prosperar porque sirven a sus intereses. El capital dominó a la clase obrera organizada descomponiendo a la conciencia de clase, subyugando sin piedad a los sindicatos al mismo tiempo que seducía a las “sacrificadas familias trabajadoras” para que se identificasen con sus intereses estrechos en vez de hacerlo con los intereses más amplios de su clase; ¿pero por qué el capital perdería sueño por una “izquierda” que reemplaza a la política de clase por un individualismo moralista que, lejos de construir solidaridad, propaga miedo e inseguridad?

La segunda razón es lo que Jodi Dean llamó capitalismo comunicativo. Hubiera sido posible ignorar al Castillo de los Vampiros y a los neo-anarquistas si no fuera por el ciberespacio capitalista. El moralismo piadoso del Castillo de los Vampiros fue una característica de cierta “izquierda” desde hace muchos años -pero, si uno no era miembro de esta iglesia particular, podía evitarse sus sermones. Las redes sociales han hecho imposible lo anterior, y existe poca protección contra las patologías psíquicas que son propagadas por estos discursos.

¿Qué podemos hacer ahora? Primero que nada, es imperativo rechazar al identitarismo y reconocer que no hay identidades, solo hay deseos, intereses e identificaciones. Parte de la importancia del proyecto Estudios Culturales Británicos fue el haber resistido al esencialismo identitario. En vez de meter a la gente en cajas, el punto era tratar cualquier articulación como provisional y plástica. Siempre pueden crearse nuevas articulaciones. Nadie es esencialmente nada. Lamentablemente, la derecha aprovecha esta perspicacia mucho más que la izquierda La izquierda burguesa-identitaria sabe cómo propagar culpa y llevar a cabo una caza de brujas, pero no sabe cómo lograr adeptos. Pero ese no es el punto. La meta que tiene no es popularizar una posición de izquierda, o ganar a la gente a ella, sino permanecer en una posición de superioridad elitista, reforzar su superioridad de clase con una superioridad moral. “¡Vos callate! ¡Nosotrxs sí podemos hablar por lxs que sufren!”

Pero el rechazo del identitarismo solo se puede lograr mediante la reafirmación de la clase. Una izquierda que no tiene a la clase en su núcleo solo es capaz de ser un grupo de presión liberal. La conciencia de clase siempre es doble: contiene un conocimiento simultáneo de cómo la clase encuadra y da forma a toda nuestra experiencia, y un conocimiento de la posición particular que ocupamos en la estructura de clase. Hay que recordar que nuestra lucha no es para lograr ser reconocidos por la burguesía, ni siquiera para destruir a la burguesía misma. Es la estructura de clase -una estructura que lastima a todo el mundo, incluso a quienes se benefician materialmente de ella- la que tiene que ser destruida. Los intereses de la clase obrera son los intereses de todos; los intereses de la burguesía son los intereses del capital, que son los intereses de nadie. Nuestra lucha debe dirigirse a la construcción de un mundo nuevo y sorprendente, no a la preservación de las identidades formadas y distorsionadas por el capital.

Si parece una tarea severa e intimidante es porque lo es. Pero podemos empezar ahora mismo por muchas actividades prefigurativas. En realidad, estas actividades podrían ir más allá de la pre-figuración -podrían comenzar un círculo virtuoso, una profecía auto-cumplida en la cual se desmantela a los modos burgueses de subjetividad y se empieza a construir una nueva universalidad. Necesitamos aprender, o re-aprender, cómo construir camaradería y solidaridad en vez de hacer el trabajo del capital condenándonos y violentándonos mutuamente. Esto no significa que siempre tengamos que estar de acuerdo -al contrario, tenemos que crear las condiciones donde el desacuerdo pueda existir sin miedo a ser excluidx y excomulgadx. Necesitamos pensar muy estratégicamente sobre cómo utilizar las redes sociales -siempre recordando que, a pesar del igualitarismo de las redes sociales declamado por los ingenieros libidinales del capital, se trata de territorio enemigo (al menos por ahora), dedicado a la reproducción del capital. Pero eso no quiere decir que no podamos ocupar el territorio y empezar a usarlo para producir conciencia de clase. Tenemos que salirnos del “debate” al que el capitalismo comunicativo nos quiere atraer continuamente, y recordar que estamos participando en una lucha de clases. La meta no es “ser” un activista, es ayudar a que la clase obrera se active -y se transforme- a sí misma. Una vez afuera del Castillo de los Vampiros, todo es posible.

 

 

 

Notas:

[i] El artículo original fue escrito en el 2013. [Nota de traductor]

[ii] La expresión original es “call out”. [Nota de traductor]

[iii] https://www.youtube.com/watch?v=3YR4CseY9pk [Nota de traductor]

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